jueves, junio 19, 2008

Orillas

A orillas del Río Atuel, nunca llegué, porque podría ser algo peligroso, pero sí recuerdo su murmullo, porque me recomendaron guardarlo en algún rincón de mi espíritu por si alguna vez necesitaba un poco de paz. La verdad es que recurro poco a ese recuerdo porque paz es lo que me sobra.
A orillas de la laguna de San Miguel del Monte, extrañé y alguna vez tuve ganas de llorar.
A orillas de la laguna de San Miguel del Monte recordé mi infancia y planeé mi futuro incierto, que ahora es mi presente. Con mis dudas y miedos por un lado, mi voluntad y mis convicciones por el otro, rodeada de buna compañía. Eramos tres almas varadas sin saber qué hacer con la certeza de que estar allí era maravilloso, con el agua calma, bajo un cielo despejado y etrellado, nos preguntamos la relación que nunca comprendimos entre la luna y la marea. A orillas de la laguna del mismo santo, perdí un zapato y el que transita seguido por el sol, me lo pescó.
A orillas del mar de Necochea comí arena, temblé del frío y tomé muchos mates con ellas, mis estrellas demar, con ellos, mis caracolitos.
A orillas del Rio Piedra sentí que estaba, al lado de Pilar. Sentí por momentos conexión con ella, y fui descubriendo y creciendo a medida que leeia su historia y ella la iba formando.
Descucbrí entonces que la rutina de cada día es caer en la fosa de la depresión, y si tu día no te ha enseñado algo nuevo ni has descubierto algo significativo, lo habrás perdido y nunca lo recuperarás.
Descubrí cómo fui cambiando... y que en mi infancia tenía muchísima más fe. Recurría a ella ante cualquier peligro, o simplemente para limpiar mi alma.
Recordé y redescubrí porque San José de Nazaret, fue siempre uno de mis personajes bíblicos favoritos. Y quizá haya influído, su humildad en cuanto a protagonismo y fama que poseen otros santos. Pero comprendí que el amor que llevaba dentro era inmenso.
Porque no sólo fue educador del hijo de Dios en la tierra, sino que lo crió como propio y lo amó como tal.
Porque amó sin dudas a esa María que llevaba dentro de su vientre un hijo que no le pertenecía, sin embargo, la acompañó, la cuidó, afrontó los peligros, tuvo que huir, caminar mucho, esconderse... todo por ese amor que no aceptaba inseguridades ni desconfianza.
Aprendí también, a orillas del Río Piedra, sobre el cual virtualmente me arrodillé, que el amor es más que un sentimiento, es como un aclimatamiento que rodea tu figura, como un vapor cálido que ronda próximo a tu cuerpo y luego pasa a formar parte del alma que del mismo modo está cerca, volando, no sé bien en que lugar, pero cerca... Descubrí que el amor es esencialmente eterno, que perdura a través de los años, de las distancias, de las visiones cosmológicas y religiosas, y es el hombre el que cambia y lo degenera.
Las novelas de ahora, románticas, no se bien que intentarán destacar, quizá, sólo deseen brindar algún entretenimiento vago, entre varios conflictos que se solucionan facilmente o perduran hasta después de la muerte.
El verdadero amor, se respira, en el aroma que desprenden las novelas de romanticismo ¿qué diría Cyrano, Romeo, Don Juan? Ja, que el amor era el de antes.
Y yo vuelvo a insistir aunque no sepa bien hacia donde dirigirme con esto: El amor perdura... es el hombre el que cambia.