lunes, enero 29, 2007

¡Confiar y esperar! -Le comte de Monte-cristo- Alejandro Dumas padre.

Fueron muchos sentimientos los que acumulaba Edmundo en su celda, y era el tiempo el que los pegaba cada vez más en su corazón y en su conciencia.
Había pasado 14 años encerrado, privado de toda libertad… con la sola esperanza de volver a ver a su padre y al amor de su vida.
En esos años se abandonó… había decidido suicidarse poco a poco, con una huelga de hambre ante su desafortunado e injusto destino. La justicia humana le había dado la espalda, y parecía que Dios se había olvidado de él. ¿Qué más daba morir o vivir?
Tiempo después, conoció entonces, a aquel que fue más que amigo, más que maestro: el abate Farías. Lo había adoptado como un segundo padre, y él como un fiel hijo que nunca tuvo. Fue, sobretodo, aquel al que consideraban loco, la esperanza y la mano que le quitó la venda a esos ojos inocentes.
Estando encerrado entre cuatro paredes, no podía hacer mucho, así que a medida que pasaba el tiempo, Edmundo, no sólo odiaba más a sus enemigos a los que había jurado venganza, sino que se las empeñaba junto a su maestro para planear la huida.
Venganza, era un término común en la vida de este preso, que logró escapar gracias a su instinto y a esta vil voluntad que lo alentaba.
Farías, era la ayuda que Dios le había mandado indirectamente. El viejo abate, fue quien le enseñó absolutamente todo a ese joven en quien confió y amó.
Edmundo se volvió rico, regalo de su buen amigo el abate a quien tanto le debió. Se vistió de lujos, se cambió el nombre, se hizo respetar y conocer por todo el mundo, y una vez satisfecho, fue a cumplir la venganza que había jurado.
Pero la venganza fue demasiado para un corazón rencoroso y herido que sin embargo no se despojaba del todo de aquel origen bondadoso y humilde.
Su venganza le había costado también, la vida de inocentes. Supo entonces que era tan deshonrado como sus enemigos, se había convertido en asesino.
Tan bañado en odio, había hecho desaparecer como se prometió a tres de sus cuatro enemigos, llenando de sangre y desgracias a aquellas familias. La llama de la venganza lo había cegado y había perdido la razón.
Tuvo que volver al pasado para recordar aquellos tiempos donde fue feliz, donde fue humano.
Removió sus recuerdos y una vez más, el viejo Farías, dondequiera que estuviera, nuevamente le otorgó las palabras que tanto necesitaba.
Supo, Edmundo Dantés, que la venganza no le proporcionaba felicidad. Su vida se deshizo tempranamente, ya no podía sonreír, ni siquiera llorar.
Fue entonces, cuando se decidió a rearmar su vida, gracias a las sabias palabras del abate.
Buscó al último rival. Perdón. Eso fue todo. Eso fue lo que le exigió y lo que pronunció.
El sonido de esas palabras fue el que le permitió a Edmundo volver a hacer su vida.
Que como Dios le había enseñado, había que esperar y dejar pasar las desgracias en espera de un futuro mejor.

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