miércoles, abril 11, 2007

El maestro y el discúpulo II.

A penas se escuchaban sus humildes suelas, golpear con las piedras que marcaban el camino hacia aquella ciudad virgen, donde aún el capitalismo no había llegado para arrasar con todo lo puro que quedaba.
El maestro y su discípulo caminaban en silencio aprendiendo sobre las voces de la naturaleza como cada tarde. Y como cada tarde, luego de aquella caminata, se sentaban en esa piedra grande, amiga, y oyente de tantas lecciones de la vida.
El joven muchacho se sienta primero y comienza a estirar sus músculos.
-Tu estado físico es peor que el mío- comenta el anciano.
-Si, lo sé. Pero además, hace varias noches que no puedo dormir bien. Creo que es por mi postura… duermo doblado. .
-¿Otra vez con eso? Espero que no hayas comprado ninguna hierba en la feria, no sabes si es mejor el remedio o la enfermedad.
-De todas maneras, no tomé nada. Me duele mucho la espalda, como si tuviera los músculos atrofiados.
-Ya me habías hablado de eso muchacho, pensé que se te había pasado.
-No… sólo que me acostumbré a vivir así.
-No debes acostumbrarte a lo mediocre, no es vivir entonces, sino sobrevivir.
-¿Pero qué puedo hacer? Cada mañana, me despierto con dolor de espalda y no hago más que estirar mis miembros, a cada rato, pero el dolor prevalece.
-Debes buscar más profundo. Es muy superficial lo que haces. La vida es una lucha constante, si te rindes en las pequeñas cosas nunca llegarás a nada grande.
-No sé a donde te diriges, y no quiero ser grosero. Pero es solo un dolor de espalda.
-Eso es lo que crees… ¿Un dolor de espalda constante que nunca se va, no es nada? Yo creo que sí… piensa.
-No me obligue- le suplica el muchacho- no comprendo.
-Piensa- insistió el sabio- Te ayudaré… ¿Recuerdas aquello que te dije acerca de la sumisión?
-Siempre. La sumisión es como una batalla perdida… como un pedazo del alma que s desprende. Rendirse en la vida.
-Exacto. Y creo que sabes por qué te lo dije.
-Por supuesto. Yo mismo acudí a usted, como siempre que me surge un problema.
-De todos modos eres tu mismo el que los resuelve- le dio unas palmaditas con su arrugada mano, en la espalda dolorida del joven- Ese día, noté la presión en tu rostro y te pregunté qué era lo que pasaba. Me contestaste que estabas nervioso pues tenías que tomar una decisión y como cada vez que te encuentras en esa postura, tu alma se tensó. Porque se te hacía difícil decidirte y eso es porque analizas demasiado las opciones que tienes y las consecuencias de cada una de ellas- El chico abrió la boca para acotar algo, pero su maestro se adelantó- si, ya sé que yo mismo te enseñé a pensar siempre antes de dar un paso… pero no tienes que pensar por los diez pasos que darás. Tiempo al tiempo.
-Creo que ya sé lo que me quiere decir.
-¿Lo ves? Apuesto cualquier cosa que sigues sintiéndote igual, cada vez que debes tomar un camino entre dos.
-Siento que es inevitable.
-Pues no lo es. ¿Sabes que son los dolores en tu espalda y el insomnio del que sufres? Esos dolores, son todas las presionas a las que tú mismo te sometes, que se juntan y como no las dejas salir, se van acumulando en tu espalda, tal cual como cualquier bolso que cargas de piedras. ¿No lo sientes así? Y aquel insomnio son los pensamientos que continúan en la vigilia, rondando por tu inconsciente. Aprende a quitártelos de encima, pues no se irán con el viento.
-Es increíble como logras transformar un dolor muscular en un problema del psiquis.
-Y tu muchacho… como logras transformar un problema del psiquis en un dolor muscular. ¡La juventud de ahora!

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