miércoles, septiembre 06, 2017

Tanto amor paterno.

Otra vez vuelvo a quedar pasmada… frágil y pequeña ante tanto amor.
Durante la guardia del finde pasado, me sentí minúscula ante tanto amor paterno manifiesto.
Primero, en la guardia externa, apareció Jota (llamémoslo como yo. Tenía unos ojos verdes hermosos) su consulta era por malestar digestivo. Mientras yo lo interrogaba sobre pelotudeces, es decir, deposiciones, vómitos, características, fiebre…él me dio un dato; sumamente importante. Me dice “Porque además yo tengo un hijo discapacitado ¿le dije? Y vivimos solos porque mi mujer falleció en el 2012” Entonces me empezó a relatar sobre su hijito, que en realidad tiene más de 30 años, cómo lo cuida a pesar de que es ya mayor y tiene sus achaques. De que en realidad no se mueve, pero siente y se comunican con la mirada.
No era un dato relevante para el diagnostico. Era un relevante para la vida de Jota. Era el dato más importante. Era lo más importante.
Más tarde nos llaman para decir que iba a entrar una derivación con un paro. Un momento choto que me genera ansiedad, taquicardia, miedo y ganas de ser escritora. Preparamos todo en el shock room. Bah, para ser más exacta, yo una humilde servidora R1 habré corrido la camilla, calenté unos fisio y me puse los guante a la espera del sonido espantoso de la ambulancia.
Llegan las luces de colores alertas, y bajan varias personas diciendo que no van para la guardia sino que directamente pasan a terapia intensiva. Corrimos junto a la camilla por los pasillos hasta el servicio. En ese momento todo pasa rápido, las imágenes, las ventanas, las personas.
Dejamos a la paciente con la terapista, con un estado grave y volvimos a la trinchera.
De madrugada cuando las aguas habían calmado atiendo a un hombre con dolor en la cervical, que me dice que siempre lo tiene, que necesita que le inyecten algo. Y yo le pregunto a qué se debe eso; si a su trabajo, a la postura, al estilo de vida. “A todo eso” Me contesta “Yo soy el papá de la nena de terapia”. El era papá soltero (la mujer los había abandonado) de dos nenas con degeneración encefálica progresiva y hablaba con tanto amor y naturalidad de la situación, de su dolor de cabeza, del miedo de dejar a la otra nena sola, de que le había dicho que ya tenía muerte cerebral, de que su vida eran ellas. De que básicamente era papá. Y que aunque el espíritu insista, el cuerpo muchas veces se cansa. Y sus dolores recurrentes, y su hambre porque venían desde lejos, de otro hospital y varias rutas en la ruta con la ambulancia.
Le dimos algo para su dolor y una receta para que le sirvan el desayuno por la mañana. Me agradeció de manera muy amable a pesar de la situación. Le dije que para lo que necesitara estábamos ahí… en la guardia. Me volvió a agradecer. Había algo en esa manera de agradecer, en su voz, en su modo que me inquietaba.
Tenía ganas de llorar, pero eso no iba a servir de nada. Era hora de ser útil… y yo no sé cómo se hace eso.
Con tanta valentía, el papá había dado tanto a la vida… que yo no podía darle una analgesia, unas palabras y mi mejor sonrisa.
Aturdida, volví al box de médicos, y a pesar de que mis piernas me pesaban, vi la silla y decidí pegar la vuelta. Recordé que tenía un turrón en la mochila y que había visto una manzana en el cuarto. Los agarré salí a su búsqueda. Me encontré con el hombre en el pasillo llorando.
No pude hablar, le estiré mis manos con la modesta colación. Y me dijo uno de los piropos más lindos de mi vida. “Ah no, pero vos no podes ser más tierna” Y me abrazó. 

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