La vida no se vende, no se comercializa. Sin embargo, cada una tiene su valor.
Ese valor tan importante, es la mecha; mas larga o mas corta, mas fuerte o mas debil, mas resistente o mas vulnerable, que mantiene prendida esa luz especial, motor de nuestra alma.
Ese valor es el que le damos en definitiva, nosotros mismos... y por otra parte, el resto.
Ese valor, ese "precio", es justamente nustros valores, nuestras riquezas, nuestras virtudes. Todo lo que hace encarecer el valor, lo que nos distingue de la masa.
Y quizá la gente no lo vea, porque en la multitud, hay miradas variadas, uno se pierde y se siente pequeño.
Ella buscaba esa mirada, que seguramente no encontró.
Se olvidaron de decirle que la mirada compañera siempre está, buscando la nuestra, esquivando otros pares de ojos, en este mundo molesto donde todos se desesperan por hallar la primera.
Y fue por eso que desistió... se cansó de esperar. Su mirada gemela se perdió el flechazo, más no era la única que el destino le repararía.
Esa mirada que se perdió en la rendición fue la que la hizo creer que el valor de su vida era insignificante.
Comenzó a caminar con su mirada ya perdida. Su alma pedía a gritos una última esperanza para que el fuego de su mecha renaciera de las cenizas como el mágico fénix. Silencio. Sólo pasos sordos... vacío.
Y así se fue acompañada de la esperanza que más allá de ser un dicho popular optimista (no creo que sea tan pòpular entre los pesimistas) es algo natural. Al fin y al cabo, no vives de ensalada, nos alimentamos de quimeras hasta que decidimos desvanecerlas.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario