Pudo haber sido ayer,
el sueño más largo que tuve
lo cierto es que aún no termina.
Allí estaba usted, señor.
Usted a quien yo ya admiro en silencio.
Usted a quien yo considero una persona loable.
Usted a quien yo leí y creí,
esas primeras palabras escritas con
vehemencia y consideración,
con una único destino
igual que las últimas,
escritas con el dolor
del corazón desgarrado de un padre...
luchando contra la sensura
que indica, por supuesto que
detrás de todo, los rayos de la verdad
aparecen, auqnue nos pueden lastimar la mirada.
Y el sueño... ah... en el sueño...
el corazón me palpitaba tan fuerte
por la fascinación de verlo,
que ni me atrevía a hablarle.
Yo sí, me sentía, quizá con verguenza.
Me acerqué a penas, eso sí podía hacer,
Y le pregunté su nombre,
esperé con ansiedad a que me confirmara lo que yo ya sabía.
Quería escucharlo, seguro tenía millones de cosas importantes para contarme,
pero la mirada de Pocha a la que no me atrevía a desovedecer, me decía que debíamos irnos.
Entonces me fui, tragandome la ansiedad y la inquietud.
Sin saber qué tenía para decirme.
No tuve tiempo, en ese lapso de inconciencia
de expresarme como yo anhelaba.
¿Qué hago entonces ahora? ¿Tiro una botella al mar? ¿O le grito al viento?
¿Qué carta te escribo si no tiene código postal la ausencia?
Ah... si vieras tu tierra ahora... tu sangre.
Todavía permanece contaminada por esos gérmenes...
Respecto a tu pregunta,
yo apuesto todo al sí.
Mil frases escribirías,
y mil veces mejorarías aún tus prólogos
Y mil veces los leería,
Porque todo lo fagocito,
y no quiero leer metralletas...
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