A mi pequeño hermano...
En la locura de la noche, sólo una cosa estaba clara: yo te amaba.
Te amaba tanto como hace ocho, diez, trece años atrás.
Mejor dicho, recordé que te amaba.
Sí lo sé. Es extraño... el mundo es extraño.
En la rutina de lo exótico que no es rutina,
como las cosas que son y no son,
regresas, y desde el primer día de tu vuelta, comienzo a extrañarte cual zorro,
porque siempre haces... hacemos lo mismo.
Se repite una y otra vez.
Vuelves, cada dos, tres años, con tu sonrisa... con tu inocencia...
con tu alma que amo porque posee parte de la mía,
con tus recuerdos que amo porque también son parte de mi historia.
Vuelves... y te vuelves a marchar.
Y la distancia insiste en convertirse en ausencia,
y el olvido golpea, siempre, desde donde esté.
Me desanimo, y te amo... tímidamente.
Me convenzo de lo que no sientes y no te olvido pero te guardo.
Así pasan, dos, tres años en los que no te saco,
hasta que te veo y transformas mi vida.
Ya sabes por qué.
Así como la canto, descubres mi lado humano y lo egoísta que soy,
porque te encerraría en una burbuja de nieve para tenerte conmigo,
para que no tengas que sufrir más la lluvia.
Te protegería de los dientes de este mundo con mi sangre si pudiera.
Te ataría a esta tierra donde diez años atrás juramos juntos por la misma bandera de José Francisco y Manuel.
Lo haría, pero no lo haré.
Y la respuesta ya la tienes.
Somos jodidos...
Ya lo sabes...
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