Dos días que se inunda el lavadero, mojando hasta la cocina; primero el calefón, después el lavarropa. Parece que hay más agua adentro que afuera, sin embargo, logra controlar la situación sin derramar una lágrima.
Día tres; se emociona en el chino y tiene que volver a casa cargando las bolsas. Los brazos haciendo palanca, cinco kilos cada uno. Los tendones se enfurecen, y los músculos lloran el calcio. La mochila (Resistir- Cuentos Borgeanos, de fondo): “vos podés, dale Tuli, sos capaz, un poco más, un último esfuerzo, dale Tuli, sos grosa, llegás, falta una cuadra”. Superación personal: Lo logra. El hombro, la espalda y los brazos están resentidos. Un par de parches chinos, alcanfor y mentol, y espera que el dolor mañana no esté más. (Pero va a estar)
Pero cuando el dolor se encarna no hay pinza que aguante.
Adentro, en el espesor del bosque, ruge la bestia, que siempre es fea, negra, oscura y amorfa.
La debilidad: No es artista, porque si lo fuera llegaría hasta el final y no se rendiría a mitad de camino. Si lo fuera, pintaría el miedo con lo más bellos colores del arco iris y dejaría de ser negro, feo, oscuro. Dejaría de ser miedo y frustración.
Toca fondo, en el silencio llora la disfonía de su guitarra y toma la decisión más difícil: Buscar en la cartilla de IOMA alguna psicóloga para terapia.
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