jueves, julio 13, 2017

Mi primer muerte.

A veces creo que jamás me voy a acostumbrar a estar ahí. Y es contradictorio llevar una vida así, llena de estrés, miedos e inquietud. Es estar veinticuatro horas alertas y a la espera de que suene el teléfono por alguna derivación o escuchar la sirena de la ambulancia, esperar lo peor de las puertas para adentro, con todo el instrumental al alcance.
La última novela que leí, de K. Housseini, decía en un momento que dios no está ni en los templos, no en las iglesias ni en las mezquitas. Dios, está en el hospital.
Bueno, yo al principio no sabía mucho que hacer. Simulé que te tomaba el pulso, que nunca encontré. En realidad creo que quería agarrarte la mano.Siempre hago eso. Desde chica, veía como los médicos le toman el pulso a los pacientes, y siempre me gustó creer que en realidad la finalidad es agarrarles la mano a las personas.
Y fue eso lo que hice. Después, con angustia, empecé a mover mi cuerpo... todos esperábamos que salieras. Que salieras.
Yo buscaba, y a dios no lo encontraba.
Ahí lo necesité después de mucho tiempo. Y creo que debería tenerlo más cerca. Será por eso que se asocia el nosocomio con la casa de dios.
En cada batalla perdida, algo de nosotros muere. En cada parto, hay luz, hay vida.
Entre mi mano y la tuya, ojalá esté la de dios. Siempre más cerca de la tuya, que de la mía.

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