Dos cosas me decía siempre mi viejo cuando era chica; que aprenda karate para que me sepa defender siempre, y que si me perdía alguna vez, acuda a una tintorería que siempre me iban a ayudar, que diga mi apellido y que somos de Motobu.
Siempre me pareció una boludez todo eso.
Hasta hace poco que volé del nido (o llegué a él?). No estoy perdida, estoy lejana nomás.
Nunca subestimes la palabra de un padre.
En mi hermosa ciudad hay una sola tintorería. Conocí al dueño en un almuerzo de unos amigos/tios de la colectividad. En ese momento me dio la impresión que era un tipo muy bueno que no le había ido muy bien. Que no estaba solo, estaba lejano de su familia, como yo. Además tiene un rostro muy tierno. Gugui dice que pareciera que está riendo todo el tiempo.
A los pocos días de ese encuentro, caminando por el centro que es escueto, pasé por la vereda y como nos cruzamos la mirada entré a la tintorería a saludar. Me invitó unos mates y aunque estaba apurada y ocupada acepté. Hablamos de un montón de cosas, pero sobre todo de lo que coincidimos; la familia lejana. Me habló de sus hijos, y de los parientes de Buenos Aires, de Burzaco. De lo mal que lo pasó en capital cuando era chico y volvía a visitar a algún familiar y se descomponía en el subte.
Y en un comentario al pasar que no sé por qué venía al tema, me dijo algo de un primo que jugaba muy bien al rugby en primera. Y a mí no sé que se me pasó por la cabeza ni qué me llevó a hacer esa pregunta descarada. Suelo pensar muchísimo antes de hablar, de modo que cuando me atrevo, ya es tarde, la conversación sigue su curso y mi oportunidad se esfuma... entonces callo. Pero esa vez, la curiosidad nació en mí como una vertiente que sigue su curso, y no temí... bah, en realidad no pude reprimirla. Pensaba la manera de preguntar mientras las palabras ya brotaban de mi boca. Le pregunté, todavía no sé cómo, ni por qué, si aquel que jugaba bien al rubgy en Buenos Aires era un desaparecido. Mi pregunta lo tomó por sorpresa y calló de pronto todo lo que me estaba contando. Algo en su rostro cambió. Sus ojos parecía sonreír, como siempre. Pero empezaron a caerse las lágrimas. Y me respondió que no, que el desaparecido era su hermano. Que en realidad no era desaparecido. Que la dictadura lo asesinó accidentalmente cuando estudiaba en Bahía Blanca.
Sentí su dolor ante mi pregunta inesperada. Yo tampoco sabía como habíamos llegado ahí, ni cómo se me había ocurrido preguntar eso. Era la culpable de sus lágrimas.
Quiero seguir preguntando, pero todavía no me atrevo. Siempre respetando los tiempos y dolor de los familiares, por supuesto. Pero la mejor manera de homenajearlos es sacarlos a la luz, regar la memoria y que crezca esa semilla.
Resultó entonces que conocía al hermano mucho antes que a él. Ya sabía desde hace tiempo de él. Sabía que era una de las 17 semillas, que es otro que no desaparece si deja huellas.
viernes, septiembre 29, 2017
miércoles, septiembre 06, 2017
Mi HC; amo mis panzas.
Ayer estuvimos de guardia con el Bigo y la Lu. Cenamos como a las 4 am, descansamos unos 45 minutos antes de arrancar otra jornada.
Horas sin dormir, sin comer, sin sentarse.
4 panzas; dos partos, un ectópico y un preparto. Estuve con todas, a todas les agarré el hombro, les acaricié el brazo, les susurré pelotudeces. Amo mis panzas.
Después de que naciera Leila, fui hasta el cuarto a ver como andaban. Con V, su madre, desarrollamos un código durante todo su trabajo de parto que ninguna de las dos impuso. Simplemente lo entendimos. Nos sonreíamos a pesar del dolor, intentaba calmarla con mis manos inútiles que nunca aprendieron el reiki de la oba. A pesar de ello cuando me estaba despidiendo al ver que todo marchaba bien, V me dice "Gracias por todo doctora, me re ayudó en ese momento sus masajes".
Esta es mi historia clínica, yo la escribo. Yo la elijo, una y mil veces.
Horas sin dormir, sin comer, sin sentarse.
4 panzas; dos partos, un ectópico y un preparto. Estuve con todas, a todas les agarré el hombro, les acaricié el brazo, les susurré pelotudeces. Amo mis panzas.
Después de que naciera Leila, fui hasta el cuarto a ver como andaban. Con V, su madre, desarrollamos un código durante todo su trabajo de parto que ninguna de las dos impuso. Simplemente lo entendimos. Nos sonreíamos a pesar del dolor, intentaba calmarla con mis manos inútiles que nunca aprendieron el reiki de la oba. A pesar de ello cuando me estaba despidiendo al ver que todo marchaba bien, V me dice "Gracias por todo doctora, me re ayudó en ese momento sus masajes".
Esta es mi historia clínica, yo la escribo. Yo la elijo, una y mil veces.
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historia clinica,
Neuquen
Tanto amor paterno.
Otra
vez vuelvo a quedar pasmada… frágil y pequeña ante tanto amor.
Durante la guardia del finde pasado, me sentí minúscula ante tanto amor paterno manifiesto.
Primero, en la guardia externa, apareció Jota (llamémoslo como yo. Tenía unos ojos verdes hermosos) su consulta era por malestar digestivo. Mientras yo lo interrogaba sobre pelotudeces, es decir, deposiciones, vómitos, características, fiebre…él me dio un dato; sumamente importante. Me dice “Porque además yo tengo un hijo discapacitado ¿le dije? Y vivimos solos porque mi mujer falleció en el 2012” Entonces me empezó a relatar sobre su hijito, que en realidad tiene más de 30 años, cómo lo cuida a pesar de que es ya mayor y tiene sus achaques. De que en realidad no se mueve, pero siente y se comunican con la mirada.
No era un dato relevante para el diagnostico. Era un relevante para la vida de Jota. Era el dato más importante. Era lo más importante.
Más tarde nos llaman para decir que iba a entrar una derivación con un paro. Un momento choto que me genera ansiedad, taquicardia, miedo y ganas de ser escritora. Preparamos todo en el shock room. Bah, para ser más exacta, yo una humilde servidora R1 habré corrido la camilla, calenté unos fisio y me puse los guante a la espera del sonido espantoso de la ambulancia.
Llegan las luces de colores alertas, y bajan varias personas diciendo que no van para la guardia sino que directamente pasan a terapia intensiva. Corrimos junto a la camilla por los pasillos hasta el servicio. En ese momento todo pasa rápido, las imágenes, las ventanas, las personas.
Dejamos a la paciente con la terapista, con un estado grave y volvimos a la trinchera.
De madrugada cuando las aguas habían calmado atiendo a un hombre con dolor en la cervical, que me dice que siempre lo tiene, que necesita que le inyecten algo. Y yo le pregunto a qué se debe eso; si a su trabajo, a la postura, al estilo de vida. “A todo eso” Me contesta “Yo soy el papá de la nena de terapia”. El era papá soltero (la mujer los había abandonado) de dos nenas con degeneración encefálica progresiva y hablaba con tanto amor y naturalidad de la situación, de su dolor de cabeza, del miedo de dejar a la otra nena sola, de que le había dicho que ya tenía muerte cerebral, de que su vida eran ellas. De que básicamente era papá. Y que aunque el espíritu insista, el cuerpo muchas veces se cansa. Y sus dolores recurrentes, y su hambre porque venían desde lejos, de otro hospital y varias rutas en la ruta con la ambulancia.
Le dimos algo para su dolor y una receta para que le sirvan el desayuno por la mañana. Me agradeció de manera muy amable a pesar de la situación. Le dije que para lo que necesitara estábamos ahí… en la guardia. Me volvió a agradecer. Había algo en esa manera de agradecer, en su voz, en su modo que me inquietaba.
Tenía ganas de llorar, pero eso no iba a servir de nada. Era hora de ser útil… y yo no sé cómo se hace eso.
Con tanta valentía, el papá había dado tanto a la vida… que yo no podía darle una analgesia, unas palabras y mi mejor sonrisa.
Aturdida, volví al box de médicos, y a pesar de que mis piernas me pesaban, vi la silla y decidí pegar la vuelta. Recordé que tenía un turrón en la mochila y que había visto una manzana en el cuarto. Los agarré salí a su búsqueda. Me encontré con el hombre en el pasillo llorando.
No pude hablar, le estiré mis manos con la modesta colación. Y me dijo uno de los piropos más lindos de mi vida. “Ah no, pero vos no podes ser más tierna” Y me abrazó.
Durante la guardia del finde pasado, me sentí minúscula ante tanto amor paterno manifiesto.
Primero, en la guardia externa, apareció Jota (llamémoslo como yo. Tenía unos ojos verdes hermosos) su consulta era por malestar digestivo. Mientras yo lo interrogaba sobre pelotudeces, es decir, deposiciones, vómitos, características, fiebre…él me dio un dato; sumamente importante. Me dice “Porque además yo tengo un hijo discapacitado ¿le dije? Y vivimos solos porque mi mujer falleció en el 2012” Entonces me empezó a relatar sobre su hijito, que en realidad tiene más de 30 años, cómo lo cuida a pesar de que es ya mayor y tiene sus achaques. De que en realidad no se mueve, pero siente y se comunican con la mirada.
No era un dato relevante para el diagnostico. Era un relevante para la vida de Jota. Era el dato más importante. Era lo más importante.
Más tarde nos llaman para decir que iba a entrar una derivación con un paro. Un momento choto que me genera ansiedad, taquicardia, miedo y ganas de ser escritora. Preparamos todo en el shock room. Bah, para ser más exacta, yo una humilde servidora R1 habré corrido la camilla, calenté unos fisio y me puse los guante a la espera del sonido espantoso de la ambulancia.
Llegan las luces de colores alertas, y bajan varias personas diciendo que no van para la guardia sino que directamente pasan a terapia intensiva. Corrimos junto a la camilla por los pasillos hasta el servicio. En ese momento todo pasa rápido, las imágenes, las ventanas, las personas.
Dejamos a la paciente con la terapista, con un estado grave y volvimos a la trinchera.
De madrugada cuando las aguas habían calmado atiendo a un hombre con dolor en la cervical, que me dice que siempre lo tiene, que necesita que le inyecten algo. Y yo le pregunto a qué se debe eso; si a su trabajo, a la postura, al estilo de vida. “A todo eso” Me contesta “Yo soy el papá de la nena de terapia”. El era papá soltero (la mujer los había abandonado) de dos nenas con degeneración encefálica progresiva y hablaba con tanto amor y naturalidad de la situación, de su dolor de cabeza, del miedo de dejar a la otra nena sola, de que le había dicho que ya tenía muerte cerebral, de que su vida eran ellas. De que básicamente era papá. Y que aunque el espíritu insista, el cuerpo muchas veces se cansa. Y sus dolores recurrentes, y su hambre porque venían desde lejos, de otro hospital y varias rutas en la ruta con la ambulancia.
Le dimos algo para su dolor y una receta para que le sirvan el desayuno por la mañana. Me agradeció de manera muy amable a pesar de la situación. Le dije que para lo que necesitara estábamos ahí… en la guardia. Me volvió a agradecer. Había algo en esa manera de agradecer, en su voz, en su modo que me inquietaba.
Tenía ganas de llorar, pero eso no iba a servir de nada. Era hora de ser útil… y yo no sé cómo se hace eso.
Con tanta valentía, el papá había dado tanto a la vida… que yo no podía darle una analgesia, unas palabras y mi mejor sonrisa.
Aturdida, volví al box de médicos, y a pesar de que mis piernas me pesaban, vi la silla y decidí pegar la vuelta. Recordé que tenía un turrón en la mochila y que había visto una manzana en el cuarto. Los agarré salí a su búsqueda. Me encontré con el hombre en el pasillo llorando.
No pude hablar, le estiré mis manos con la modesta colación. Y me dijo uno de los piropos más lindos de mi vida. “Ah no, pero vos no podes ser más tierna” Y me abrazó.
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