viernes, septiembre 29, 2017

MEMORIA VERDAD Y JUSTICIA.

Dos cosas me decía siempre mi viejo cuando era chica; que aprenda karate para que me sepa defender siempre, y que si me perdía alguna vez, acuda a una tintorería que siempre me iban a ayudar, que diga mi apellido y que somos de Motobu. 
Siempre me pareció una boludez todo eso. 
Hasta hace poco que volé del nido (o llegué a él?). No estoy perdida, estoy lejana nomás. 
Nunca subestimes la palabra de un padre. 
En mi hermosa ciudad hay una sola tintorería. Conocí al dueño en un almuerzo de unos amigos/tios de la colectividad. En ese momento me dio la impresión que era un tipo muy bueno que no le había ido muy bien. Que no estaba solo, estaba lejano de su familia, como yo. Además tiene un rostro muy tierno. Gugui dice que pareciera que está riendo todo el tiempo. 
A los pocos días de ese encuentro, caminando por el centro que es escueto, pasé por la vereda y como nos cruzamos la mirada entré a la tintorería a saludar. Me invitó unos mates y aunque estaba apurada y ocupada acepté. Hablamos de un montón de cosas, pero sobre todo de lo que coincidimos; la familia lejana. Me habló de sus hijos, y de los parientes de Buenos Aires, de Burzaco. De lo mal que lo pasó en capital cuando era chico y volvía a visitar a algún familiar y se descomponía en el subte. 
Y en un comentario al pasar que no sé por qué venía al tema, me dijo algo de un primo que jugaba muy bien al rugby en primera. Y a mí no sé que se me pasó por la cabeza ni qué me llevó a hacer esa pregunta descarada. Suelo pensar muchísimo antes de hablar, de modo que cuando me atrevo, ya es tarde, la conversación sigue su curso y mi oportunidad se esfuma... entonces callo. Pero esa vez, la curiosidad nació en mí como una vertiente que sigue su curso, y no temí... bah, en realidad no pude reprimirla. Pensaba la manera de preguntar mientras las palabras ya brotaban de mi boca. Le pregunté, todavía no sé cómo, ni por qué, si aquel que jugaba bien al rubgy en Buenos Aires era un desaparecido. Mi pregunta lo tomó por sorpresa y calló de pronto todo lo que me estaba contando. Algo en su rostro cambió. Sus ojos parecía sonreír, como siempre. Pero empezaron a caerse las lágrimas. Y me respondió que no, que el desaparecido era su hermano. Que en realidad no era desaparecido. Que la dictadura lo asesinó accidentalmente cuando estudiaba en Bahía Blanca. 
Sentí su dolor ante mi pregunta inesperada. Yo tampoco sabía como habíamos llegado ahí, ni cómo se me había ocurrido preguntar eso. Era la culpable de sus lágrimas. 
Quiero seguir preguntando, pero todavía no me atrevo. Siempre respetando los tiempos y dolor de los familiares, por supuesto. Pero la mejor manera de homenajearlos es sacarlos a la luz, regar la memoria y que crezca esa semilla. 
Resultó entonces que conocía al hermano mucho antes que a él. Ya sabía desde hace tiempo de él. Sabía que era una de las 17 semillas, que es otro que no desaparece si deja huellas. 

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