domingo, noviembre 11, 2007

Periménoume;

Una taza de té bien caliente, dos scones con notable aroma a limón, y la inimitable invitación hacia las lecciones más sutiles de la vida, por Saint Exupéry, de la mano de "El Principito"
Eso es la dulce espera... encontrar el ángulo justo donde el astro maestro conozca a la literatura, e ilumine aún más, las palabras escritas.
Del mismo modo; al contemplar con los ojos bien abiertos (como si eso nos permitiera ver más allá de lo visible) la apertura de un capullo en primavera.
O para nosotros los amantes del nardo, que debemos esperar cada verano para oler en éxtasis ese perfume que nos maravilla.
En fin, esperar... inconcientemente consultado el reloj, pero a la vez disfrutando el momento... de poder observar... cómo poco a poco, la semilla se convierte en capullo, y el capullo en flor. Y es en éste último momento donde prestamos más atención... ¿Será una rosa delicada con pétalos de seda, o una fuerte flor azul, como la del jacarandá? ¡Qué importa si esperé toda la vida para este momento! ¡Silencio! ¡Contemplad!
Sí... está naciendo... y es hermosa...
La eterna espera, frente a la estación, de las flores de Burzaco, que a veces llegan en ramo, a veces aparecen solitas, como ararncadas de raíz por el viento. Pero siempre frescas.
Eterna espera que en cierto modo me fastidia (Porque de verdad es eterna) pero me voltea de alegría a penas sus tonalidades de aromas, ingresan a mis sentidos.
La espera, en el lugar indicado de la cita, que te hace sonrojar al divisar a lo lejos a esa persona amada, que te obliga a simular el interés por los colectivos que pasan, para ocultar en tus ojos el brillo de la imágen de ese ser tan especial acercandose a vos... que permanece...
La espera de la cual nos habla el zorro del libro...
Que vengo experimentando desde el 2000 cuando mi país estalló y mi hermanito se mudó lejos, a un país de la otra costa atlántica. Esa "Espera batidora" que mezcla las ansias y los nervios en una serie de vueltas que constituye el recorrido del 51 que culmina con la frágil sensibilidad, al llegar al aeropuerto de Ezeiza.
La espera de la cual me habla mi madre, que a veces se llama seguridad y a veces inseguridad, y a veces como vos quieras.
La espera que ahora nadie respeta, que todos adulteran, porque el mundo nos educa para no pensar... todo ya, ahora mismo.
Todos quieren desflorar... todos quieren deshojar margatiras para cuestionarle sobre el amor, que en verdad no es más que la naturaleza que le dotó la misma... cuestionada flor cuya hermosura esencial nadie ve.
Todos buscan el famoso trébol de 4 hojas., pisoteando indiscriminadamente, a penas, deteniendose a mirar desilusionados, a aquellos que les falta una para ser reyes.
Per aún así, cuando pasan de largo la vista con indiferencia, mirados sin ser vistos, ellos se descostillan de risa. Si no me crees haz el intento. Silencia tu voz y veras que al cruzar el viento sobre el pastizal, escucharás el acoplado de sus carcajadas, con la voz entrecortada, casi sin fuerzas para hablar, se preguntan cómo el ser humano es tan estúpido de creer que una sóla hoja de más, defise su destino. Se mofa, la naturaleza, de la debilidad humana, que cae, como un fiel vasallo ante la primer imágen de belleza... tan insignificante como superficial.

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