sábado, enero 30, 2016

Abrir la maleta.

La gente grande tiene eso... bah, no digo toda, alguna... de ser más seria, más parca... y hablar poco.
Y es que algunas personas muerden la amargura. Otras simplemente se cansan de respirar y se ponen fastidiosos. A muchos le pesan los años, más que los huevos. Los tiran para abajo.
Pero eso no quiere decir que estén enojados, que sean mala gente. Muchos guardan silencio, para que no se les escape la tremenda tristeza por la boca, para no generar más lágrimas.
Así como jugando a las escondidas, de casualidad algunos encuentran una caja, una bolsa, una valija guardada... o cuando despedimos un alma y hay que hacer la limpieza lo mismo. Al abrirla nos podemos llevar una gran sorpresa. Puede estar vacía, o podemos encontrar algo inesperado.
Así a veces, pasa con los padres o los abuelos. Que uno descubre cosas que no sabía. Que no nos quisieron contar. Que se quisieron guardar.
Soy una persona que carece de intuición (me gustaría tenerla). En un comienzo JA me cayó muy bien, por su discurso. Hasta que me tomó examen (que lo esperé desde las 8 y me tomó a las 3... ni siquiera me miraba a la cara) y vi algunas actitudes otras veces que me parecieron de sorete. Entonces me convencí que era un hijoeputa, aunque en el fondo, no me gustaba pensar eso. Pero siempre me provocó cierto rechazo, me desagradaba.
Hoy lo fui a ver por fuerzas mayores, y como de costumbre, empezó a divagar sobre la historia y la filosofía. Me habló sobre los crímenes de lesa humanidad y la importancia de reportarlos y denunciarlos. De pedir justicia y sobretodo del compromiso. Me contó que su hermano era un desaparecido, y su novia también, del camino de su madre y el de él. De la búsqueda, de la esperanza, y de la lucha. Del camino más largo, el del dolor.
Yo en parte, conocía la historia. Porque los desaparecidos me faltan a mí también, nos faltan a todos.
En un momento le mencioné la palabra memoria (que es una de mis banderas) y se le iluminó la cara, ahí, siguió hablando... pero ahora me sonreía y hasta en un momento creí que íbamos a llorar juntos.
Me despidió de manera afectuosa, con una sonrisa que no había visto jamás dedicarle a ninguno de los alumnos y me apretó el hombro. Me dijo que si necesitaba algo, allí iban a estar, él y su séquito.
Su forma, un poco trastornada, de manejarse, posiblemente sea resultado de esa ausencia, de esa presencia de ausencia. Que es también la de mi país. Porque a partir de que la historia se rasgó, cambió la de todos, cambiamos.
Y lo que sucedió hoy, que fue el final y mi despedida por esa casa, fue un poco eso... descubrir esa otra cara, la que no le alcanza la oscuridad, dentro de aquella maleta olvidada.

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