sábado, mayo 28, 2016

Diario de una tutuquera.

Los días nublados suelen ser estupendos. Por varias razones; para empezar, no comienzo con la limpieza del piso porque la humedad convierte el suelo en una laguna. Hay una luminosidad especial... algo mágico a pesar de las nubes. El clima juega con la mente y uno no sabe bien de a ratos, si es de día o es de noche. Hay un aroma singular, que no es la gran cosa, pero a mi me gusta. El asfalto mojado. Y lo mejor (para mí) viene poca gente. Eso me deja trabajar tranquila,bailar y cantar entre las especias y cada tanto salir a chusmear la calle casi vacía, con las gotas cayéndole encima... me da paz, sobre todo si está fresco y mi rinitis permite el paso del frío a mi interior. 
Ese día lloviznaba. Creo que no llovía. Entraste y te sacudiste la cabeza y la campera. Hiciste como un movimiento canino que me llenó de ternura. Ahí te vi distinto por primera vez... pero recién hoy me doy cuenta. 
Está bien, acepto que hoy sonreía más de lo necesario y estaba un poco aturdida. Entre tanto tumulto y tanta tormenta emocional veo de refilón una sonrisa que me sostiene. Giro y le devuelvo la sonrisa a la señora. "Hola ¿cómo estás?" me dice "Bien ¿usted?" Le mentí, ando más que bien pero para qué entrar en detalle. Entonces le dice al jefe que le estaba cobrando "Ella siempre te recibe con una sonrisa así dan ganas de venir" Fue como una especie de palazo, pero como el jefe es superinmune le respondió "ah si" y le entregó el vuelto. (Mi abuela patea calefones). 

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