sábado, agosto 29, 2020

Sansei - Nikkei 3era generación

 


De todas las máximas que mi padre intentó inculcarme de chica, esta es la que más me gustó. Siempre me causó gracia, pero también siempre creí en esto que me decía. Es una de las que más recuerdo, y que además sigo utilizando, inconscientemente. 
Me acuerdo que cuando era chica, mi viejo insistía en que me cuide siempre, desconfíe de todos y aprenda karate (ahí nunca le di bolilla) también me decía que si alguna vez me llegaba a perder o me quedaba sin plata porque me robaban, o lo que sea... No me decía que vaya a la policía. Me decía que busque una tintorería y diga lo siguiente: Que me llamo Julieta, hija de J y Y, y mis abuelos eran Yohena y Kina de Motobu, Tobaru, Okinawa, de la tintorería y cafetería de Monte Grande. 
Por suerte nunca tuve la oportunidad de decir todo esto. Pero el solo hecho de pensarlo me causa gracia. Me sentiría como un Aragorn apachuchado buscando auxilio... en una tintorería. Grotesco. 
Esto creo en mi mente miles de fantasías. Es que creía que todas las tintorerías eran como la de mi abuelo... que mientras buscaban a mis padres, me iban a invitar a tomar ochá y comer pejerrey frito. 
Los mandatos familiares quedan grabados en la cabeza, con una fuerza sorprendente. 
Recuerdo por ejemplo cuando iba camino a la facultad, o tomaba calles por primera vez de recorridos repetitivos que haría... los ubicaba visualmente y después ya eran una referencia del camino. 
Al día de hoy, me mudé por primera vez de casa, de ciudad y de provincia. En Zapala hay una sola tintorería. Por supuesto, es refugio. 

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