Cuando creías que el mundo se te venía a bajo, que todas las luces se extinguían, aparece una última que ilumina tu vida nuevamente y la renueva.
Esa luz puede ser una persona, un dibujo, una carta, una letra, una palabra, un sonido, una canción, una mirada, una sonrisa... un Andrés.
Andrés tiene la piel blanca y suave como un delicado papel de carta... tiene unos ojos profundos, indescriptibles, tan potentes que lograrían hacer brillar un agujero negro... su cabello también brilla... amarillo, como el oro, sin ese toque materialista sino infantil, todo despeinado. Su sonrisa es lo que más me gusta de él, es increíble. Como una dulce melodía que lentamente colma los lugares silenciosos y los decora con una tibbia briza de notas musicales que llenan de paz a las personas que se encuentran allí.
Desde la primera vez que lo vi, algo en su personita atrapó mi mirada... con apenas seis años ya tenía ese potencial de hacerme sentir bien cada vez que lo veía y me sonreía.
Rápido como la luz, transparente como cualquier niño.
Me es irresistible dejar de mirarlo con una sonrisa, porque noto algo especial en su aura... en algunos casos, nuestras miradas se cruzan... en ese momento, veo en sus ojos, las alas de las hadas, los gorros de los gnomos, las pupilas de los unicornios... puedo oler los jardines llenos de florecidos nardos, y es ahi cuando automaticamente con su sonrisa me invita a ese mundo ya olvidado del cual me habían prohibido la entrada por negarlos... y levemente, comienzo a soñar...
No hay comentarios.:
Publicar un comentario