El viejo soldado cae abatido
Se arrodilla en la rierra
como ante un dios a punto de ser juzgado
con gesto sufrido pero orgulloso.
En su mano derecha, la espada ensangrentada se le escurre.
Ya no escucha los cuernos de alerta, las espadas enfrentarse, ni a sus compañeros gritar ferozmente el nombre del rey.
Ya no siente las incontables heridas en su cuerpo que lo honraron general, ni la última mortal.
La herida profunda en su cuello no tarda en drenar la sangre; roja oscura, espesa, que se mezcla con el polvo que el movimiento brusco de los cuerpos violentos levantan y revuelven.
Tres segundos.
Es el tiempo concedido por el gran Dios para despedirse del mundo:
Recuerda a su esposa, hermosa y paciente
como la mismísima Penélope que teje su propia Esperanza con el fin de que sea eterna,
Y a sus hijos, ya adolescentes, fuertes y nobles...
Por más que lo desea su pensamiento no se detiene en ellos.
El inconciente ahora es más fuerte
Se esmera en recordar fielmente, el rostro de cada soldado al que le arrebatió la vida atravesándole su espada.
Mira sus ojos, llenos de miedo, pero con un honor aún presente.
Se compadece, en vano.
Cada herida que provocaba bestialmente, se ejecutaba a la vez en su alma pura
que de a poco iba perdiendo la hermosura divina contaminándose del mal.
Ahora estaba demasiado débil y poca luz iluminaba su vida.
Sintió miedo por primera vez, al igual que sus presas.
El viejo soldado cae abatido
Se arrodilla en la tierra.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario