Viajaba hacia Buenos Aires por la 29.
El sol se había escondido hace rato, interrumpiendo mi lectura.
Entonces no hay mucho para hacer, cuatro mates y las ansias de llegar estimulan la vejiga.
Tarareo unas canciones mientras miro por la ventana. El paisaje, está todo oscuro, solo se destacan sobre el manto azul intenso, ellas, que brillan potentemente. Tan hermosas que hasta causan tristeza.
Luego, medito... sobre ellas, más bien, en los astros que aquí brillaron, tanto, tanto, que aún su luz consigue iluminar más cabezas.
Tantos mitos, tantas leyendas, tantos cuentos, se inventaron. Tan lejanas y tan deseadas. Tan puras aún y misteriosas.
Se me ocurre que quizá, esa estrella de cinco puntas, en la boina de un grande es una de las más admiradas en la historia.
Es la bandera de muchos pueblos, que aún se alimentan de las frases del médico.
Tuvo un sueño... grande, enorme... siempre con los pies y a veces hasta con el cuerpo en la tierra, luchó por él... por ese sueño que su alma le demandaba y lo hacóa volar. Porque sabía que la única maneza de frenar su espíritu eran las balas. Como el final de los pájaros, que vuelan por sus cielos, respirando libertad.
Él gritó. Gritó bajo el mismo cielo que hoy no distingo de la tierra. El cielo, que es el mismo acá, en china, en india y en áfrica.
Germinó en muchos la idea de libertad y progreso. Inspiró deseos de independencia. Crecer.
Vio brillar a los pueblos, vio caer meteoritos.
Hoy en muchas partes del mundo, cada día renacen focos, de su espíritu en brasas.
Símbolo de lucha.
Aún hay quienes creen.
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