No me acuerdo bien la fecha, y no hubo cámaras; somos de esa generación y de esa clase. Todo es está guardado en la memoria.
Era la primera primavera de nuestras vidas. En la ída fuimos con la camioneta de Maricarmen y el tío Eugene. El día estaba hermoso y el camping lleno.
Me acuerdo que tejía. No sé por qué. Era verano. ¿Qué hacía tejiendo?
Hacía calor, con las chicas nos tiramos al sol. Mecha se sacó la remera y con esa seguridad de sí misma, estuvo reposada en corpiño un largo tiempo. Fue la única valiente que me acompañó en la aventura de sumergirme en la laguna. Bien por nosotras, no sé si lo haríamos ahora.
Los chicos compraron unas cañitas por5 o 10 pesos. Creo que la carnada salió más caro. Obviamente no pescaron nada. La mayor acción fue cuando Tute se dio cuenta que el anzuelo lo tenía clavado en la pierna. (era pequeño no se impresionen)
Me gustaba sentarme en el muellecito(que era circular) , y dejar las piernas colgadas sobre el agua(una tarde se me calló una alpalgarta después de muchas advertencias de la sra. Pocha) Ver la luna reflejada, el agua oscura, el cielo estrellado. Perturbaba la naturaleza, el hotel lujoso en construcción a unos metros. Ahí con ellos, el futuro era incierto. Es incierto. Pero no nos importaba. Y todos queríamos ser médicos.
Motos y bicis por todos lados. Por las noches salíamos a caminar por el pueblo. Descubrimos casas muy bonitas. En el centro, los adolescentes se juntaban en la plaza para mostrar las motos nuevas, hacer rugir el motor y dar varias vueltas para que todos sepamos el modelo y la patente de memoria. Nos aburrimos en seguida. Vimos un cartel de pizza por metro y siempre quedaron las ganas.
Otra vuelta, la movida. Nestor en bloque llegaba al pueblo, y estaban todos en el estadio. No sabíamos quién era pero fuimos a chusmear detrás del alambrado. Muchos todavía no saben quien es.
Otra tarde alquilamos bicis y fuimos a darle la vuelta a la laguna. A mí me llevaron entre Pocha, Tute y Facu. Esos son amigos. A la vuelta, intentaron enseñarme a andar. Qué linda sensación la primera vez. Es como volar. Fueron pocos metros hasta que empecé a acercarme a la calle donde pasaban los autos. "No sé frenar, no sé frenar" grité yo. Y mientras todos se reían de la boluda, y con razón, el único que vino a mi rescate fue Pablito.
Lo peor, la vuelta. Caminar esa diagonal interminable hasta la terminal de buses. Y siempre en compañía del perro del camping que nos guió hasta allá, fiel, como un buen amigo que se despide de sus visitas. Un gesto cortés, con ternura.
Recuerdo bien, que me cagué de hambre (a pesar del asado fabulantastico que se mandó el mencionado chef accidentado) y quizá fuera esa la razón por la que la mejor polenta de mi vida (la única que me gustó hasta hoy) la probé en Monte, hace cinco o seis años atrás.
Era la primera primavera de nuestras vidas. En la ída fuimos con la camioneta de Maricarmen y el tío Eugene. El día estaba hermoso y el camping lleno.
Me acuerdo que tejía. No sé por qué. Era verano. ¿Qué hacía tejiendo?
Hacía calor, con las chicas nos tiramos al sol. Mecha se sacó la remera y con esa seguridad de sí misma, estuvo reposada en corpiño un largo tiempo. Fue la única valiente que me acompañó en la aventura de sumergirme en la laguna. Bien por nosotras, no sé si lo haríamos ahora.
Los chicos compraron unas cañitas por5 o 10 pesos. Creo que la carnada salió más caro. Obviamente no pescaron nada. La mayor acción fue cuando Tute se dio cuenta que el anzuelo lo tenía clavado en la pierna. (era pequeño no se impresionen)
Me gustaba sentarme en el muellecito(que era circular) , y dejar las piernas colgadas sobre el agua(una tarde se me calló una alpalgarta después de muchas advertencias de la sra. Pocha) Ver la luna reflejada, el agua oscura, el cielo estrellado. Perturbaba la naturaleza, el hotel lujoso en construcción a unos metros. Ahí con ellos, el futuro era incierto. Es incierto. Pero no nos importaba. Y todos queríamos ser médicos.
Motos y bicis por todos lados. Por las noches salíamos a caminar por el pueblo. Descubrimos casas muy bonitas. En el centro, los adolescentes se juntaban en la plaza para mostrar las motos nuevas, hacer rugir el motor y dar varias vueltas para que todos sepamos el modelo y la patente de memoria. Nos aburrimos en seguida. Vimos un cartel de pizza por metro y siempre quedaron las ganas.
Otra vuelta, la movida. Nestor en bloque llegaba al pueblo, y estaban todos en el estadio. No sabíamos quién era pero fuimos a chusmear detrás del alambrado. Muchos todavía no saben quien es.
Otra tarde alquilamos bicis y fuimos a darle la vuelta a la laguna. A mí me llevaron entre Pocha, Tute y Facu. Esos son amigos. A la vuelta, intentaron enseñarme a andar. Qué linda sensación la primera vez. Es como volar. Fueron pocos metros hasta que empecé a acercarme a la calle donde pasaban los autos. "No sé frenar, no sé frenar" grité yo. Y mientras todos se reían de la boluda, y con razón, el único que vino a mi rescate fue Pablito.
Lo peor, la vuelta. Caminar esa diagonal interminable hasta la terminal de buses. Y siempre en compañía del perro del camping que nos guió hasta allá, fiel, como un buen amigo que se despide de sus visitas. Un gesto cortés, con ternura.
Recuerdo bien, que me cagué de hambre (a pesar del asado fabulantastico que se mandó el mencionado chef accidentado) y quizá fuera esa la razón por la que la mejor polenta de mi vida (la única que me gustó hasta hoy) la probé en Monte, hace cinco o seis años atrás.
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