martes, agosto 17, 2010

dios con colirio por avenida setiembre.

La mano de dios arrancó del jardín las alegrías que los abuelos habían plantado y crecían libres y coloridas bajo el cielo celeste, bajo el sol dorado sonriente, bajo los buenos aires.
Los ojos de dios lloraron, lloraron tormentas, lloraron diluvios, lloraron desastres, lloraron tormentos, lloraron torturas. Esas aguas no lo dejaron ver, y por eso ocurrió.
Dios enfermo, cayó mareado sobre las tierras. Para no manchar su manto blanco, intentó no caer al barro, para ser menos hombre. Entonces en aquel reflejo, manoteó las flores. Y fue así como se desterraron las ilusiones que crecían fuertes, y hasta el último bulbo se aferró a la tierra sin poder vencer las decisiones divinas. Fue así como se cortaron los sueños de juventud, de raíz.
Dios débil hacía rato que andaba, largas horas desempleado, con mucho tiempo libre. Cada vez eran menos los que creían en él. Cada vez eran más los que creían ser él.
Y él, sólo quería ser Maradona.
Los ángeles discutieron, algunos se reunieron para hacer piquete a unos kilómetros del cielo, por lo que los purgantes se comieron las horas esperando entrar dónde tanto habían deseado. Otros, se armaron un picadito para levantarle el ánimo a dios. Otros se convirtieron en piedras, y otros en otros bichitos insignificantes.
Por eso existen seres alados, con aguijones pero sin malicia aunque muchos le teman. Seres que viajan por los aires van y vienen y trabajan para la dulzura. Sí, obreros de la dulzura, que una noche se emborracharon con la salvia de restos que dejaron las alegrías, y las esparcieron por todo el jardín de la república.
Hoy las alegrías son colores, y los colores los lápices, con que se resalta la memoria y se pinta siempre el futuro mientras se dibuja el presente.

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