Era de noche. Se hizo el silencio. Y estaba el ángel durmiendo al lado mío.
Emitiendo su calor y luz tranquila.
No importaba si el colchón era de plumas, de copos de azúcar o de crema chantilli, porque igual estábamos los dos suspendidos en el aire, a unos centímetros.
Me quedé dormida escuchando los ruiditos de su estomago.
(Sonaban como una cajita musical. Ahora los tengo guardados en un cascabel que me regaló.)
Y soñé su calma, soñé su ilusión y su amor peruano.
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