viernes, marzo 29, 2013


Invierno, seis y media de la tarde. 9 de Julio, estación de subte, combinación linea C (de “casita”) la azul que la lleva al sur.
La empujan; entrada violenta. Ella se deja llevar, esperando que el destino juegue a su favor, porque en realidad, lo espera. Se desprende del ovillo de su ilusión, un hilo de lana azul... 
El padecimiento de medir un metro cincuenta y quedar atrapada en el medio del vagón, entre las dos puertas, sin tener de donde agarrarse. Ahí, tan sola con su ser, tan cerca de tantos cuerpos aprisionados. Con los auriculares puestos, escuchando alguna canción de callejeros, de esas que dan ganas de tener una guitarra a mano.
Sufre el efecto cebolla. Sufre, bien sufrido; se va abriendo los cierres de los abrigos que afuera la protegen del frío. Mientras las gotas de sudor le caen por dentro, y el sofocamiento le hace llorar los ojos. Parece bailar un valcesito, se tambalea, a veces de a pasitos, a veces bruscamente. Escena más que patética, graciosa. Incapaz de ejecutar un movimiento desde el centro de su cerebro, pero a la vez tan versátil. Con su cartera delante, su brazo cruzado encima. Siente el calor del cuerpo de al lado. Siente el sudor. Lo siente latir, lo siente pensar. Y se van confundiendo los cuerpos. Está lleno de ojos, de pares de ojos; curiosos, cansados, presumidos, expectantes, distraídos (nunca sus verdes). Ya no siente su brazo izquierdo, que lo perdió en Independencia, y a falta de uno, tres desconocidos aparecen a la altura de su cabeza y se dispersan en distintos sentidos. Siente sobretodo, una energía muy cálida sobre su trasero, pero nunca podrá saber si se trata de una mano, de otro trasero o de algún bulto, o si serán varios. ¿Qué mas da? A esa altura, San Juan, todo es un Guernica de Picasso, cualquier cosa podría suceder.
... podría al bajar, encontrarlo a él, el de los ojos de laguna estancada, con el final azul de sus sueños entre los dedos. 

No hay comentarios.: