miércoles, junio 22, 2016

KAIUENKEN, KAIUENKEN


























Al dotor Julio Nyohena.

Deberíamos abolir el día del padre. Es una linda excusa para juntarse a comer rico... pero la familia
también siempre lo es. Hasta que entendamos que es una estrategia comercial, una crueldad para los niños que no tienen padre, y una lágrima para los adultos que tampoco lo tienen.
El recuerdo puede ser un poco desafortunado... pero siempre voy a amar el coche Falcon, porque para mi corta edad era un tractor con dos colchones gigantes donde podía saltar de un lado al otro, acostarme en la luneta e incluso (no todos los autos lo permiten) sentarme en el medio de mis viejos. Este auto marrón y un renó gris batata nos llevó de viaje muchas veces. (Mi viejo es abogado. Desde chiquita nunca entendí porqué le decían doctor (quizá por eso mi inconsciente eligió mi profesión -mi consciente la vocación-) ni porqué muchos se referían al gremio de mi viejo como un grupo de chantas que la levantan en pala. Porque yo nunca la ví... alguien me cagó o nos estaban mintiendo. La cuestión que es mi viejo logró comprar el primer 0 Km por un plan seis años antes de jubilarse.)
En esos paseos que se me hacían eternos, mi viejo ponía casetes de folclore. Para mí, era una verdadera tortura. Miles de kilómetros viendo el mismo paisaje al lado de la ruta; verde, vacas -con suerte- y celeste cielo de bandera. Escuchando las mismas canciones constantemente, lado a, lado b.
Los Fronterizos, Los Chalchaleros, Falú. Larralde, Yupanqui, Cafrune, La Negra.
Para mí que en ese entonces seguro cantaba canciones de María Elena Walsh, toda esa música era un martirio. Porque además era castellano pero yo no entendía que decían. "Pedro camionero se mecía el barco" cantaba yo repitiendo lo que escuchaba.
Y así desfilaban en mi tormento monótono de ruta, cielo y música: La nochera, Paisaje de Catamarca, Neuquén Quimey, El cóndor pasa, Cordillerana, las demás zambas hermosas, la de los granaderos.
Ahora, con años y caminos recorridas las escucho y me abraza la emoción.
De último viaje a Neuquén volví con el corazón explotado. Ahora lo entiendo don Berbel.
Esta es la herencia que me deja el señor abogado. Toda mi fortuna, la música de mi tierra en las venas. Y recuerdos hermosos de rutas argentinas en familia.
Sonrío cuando descubro a mi hermano silbando alguna de éstas melodías y me enorgullece su alegría jocosa cuando reconoció Neuquén Quimey en la serie de la falopa vendehumo.

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