Paralizada, quieta. Así como cuando te encuentra la ráfaga zapalina a la vuelta de la esquina cuando menos la esperabas. Con esa fuerza que te golpea el pecho, te despeina, te achica los ojos (aún más) y te hiela hasta el pescuezo.
Así me quedé inmóvil cuando sus vocecitas gritaron "Es la doctora" y sin poder reaccionar se vinieron hacia mí como una correntada de ternura inocente, imparable, poderosa. Sin darme cuenta tenía encima mío esos ojitos rasgados risueños, quemandome, rodeandome con muchos brazos, y que respondí con muchos besos.
La sorpresa, a mitad de día, a mitad de calle. Inesperada.
El cariño desinteresado de los niños más hermosos de mi república. De mí Laguna Miranda.
La paciencia de los que me enseñan día a día.
La compañía residencial :D
La complicidad en los momentos críticos, el aliento a la madruga. El arrastre de las pisadas... a la par.
El consuelo de un caramelito o un mate calentito.
Y a pesar del cansancio... el milagro de la vida. El trabajo de la iluminación, la oscuridad partida. El llanto primero.
El agradecimiento acariciando el alma. Las sonrisas de las madres doloridas, la devolución del acompañamiento. La amabilidad reflejada. La despedida gemelar, las frases; Yo también los voy a extrañar.
Todo el tiempo con el esteto colgado, escuchando el corazón. ¿A cuántos de esos podemos tocar, en cuántos logramos entrar?
Este es mi camino. Es mi regalo. Es mi presente. "El llanto en la risa, allí termina".
Está bueno vivir de lo que a uno le gusta hacer.
La felicidad.
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