No había mariposas en su barriga. Era una marea incontralable, olas violentas que chocaban contra el alcantilado, una bestia a punto de despertar.
Hambre.
Olió sus labios de fresa fresca, el café tostado de sus ojos humeantes, el aceite de coco embadurnado en sus curvas de verano, el perfume intenso de almendras en sus cabellos, la leche tibia de campo de sus pechos y la dulzura suave de la pera en su pubis, tierno y jugoso.
Todo eso, sintió a penas al leer su nombre.
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