Conocí a Juani hace muchos años, cuando éramos compañeras en la facultad. Realmente cursamos sólo una materia juntas, pero en seguida pegamos buena onda. Además que nos tomábamos el mismo colectivo al regresar a nuestras casas por las noches y a veces nos cruzábamos en los pasillos algunas horas antes de las cursadas, pues hacíamos tiempo ahí y estudiábamos con mates por medio.
Era unos años mayor que yo, se notaba de lejos que era muy buena persona, tranquila y serena. Se había atrasado con las materias porque trabajaba durante el día y solo podía cursar de noche.
Vivía con su madre que ya era grande y tenía algunos problemas de salud, su padre había fallecido dejándoles varias deudas y por eso trabajó siempre duramente.
A pesar de que no avanzaba mucho en la carrera, era muy optimista, estudiaba mucho en el poco tiempo que tenía libre, y siempre hablaba de lo orgullosa que estaba su madre por tener pronto una hija profesional.
De vez en cuando nos visitábamos las casas para estudiar, algunos fines de semana próximos a los parciales y a los finales. Fue así que nos hicimos más cercanas. Su hogar era muy acogedor, su mamá era divina, sin embargo yo sentía cada vez que iba una bruma de tristeza. Como de encierro y oscuridad.
Seguían hablando del difunto padre de Juani, como si hubiera muerto hace poco, aunque llevaba años en el otro mundo. A parecer sólo físicamente, porque los recuerdos constantes hacían que su alma siguiera rondando en la casa.
Juani me contaba que su madre había sido muy apegada y no había podido superar la pérdida. En realidad eran de otra ciudad, así que ahí donde estaban no tenían ni familiares ni amigos. Se había conocido en una reunión de iglesia, cuando eran muy jóvenes y después de casarse se mudaron unos kilómetros de su ciudad natal. Su papá nunca quiso que la madre trabajara ni estudiara, así tenía tiempo para estar en casa y criar a Juani. Sólo salía para ir a la iglesia los domingos y para hacer los mandados algunos días.
Juani me contaba que aunque su padre nunca fue muy afectuoso, trabajaba mucho por ellas y nunca les faltó nada. El la cuidaba mucho, y eso le traían algunos conflictos internos que pocas veces se animaba a plantearle. De chica sufría no tener hermanos para compartir aventuras, y pocas veces la dejaban ir a jugar con otros niños. En la adolescencia, la dejaban salir, pero debía volver a más tardar a las doce de la noche, siempre. Incluso los pocos cumpleaños de quince que pudo disfrutar, por lo que no conocía ni el carnaval carioca ni llegaba nunca a probar la torta. De echo su propio cumpleaños de quince terminó a las doce, y como varios compañeros sabían de antemano, muchos se ausentaron.
Cuando Juani le dijo a su padre que quería ser ingeniera, él se sorprendió porque siempre fue el sueño que no pudo cumplir por tener que trabajar desde muy chico. Rindió varias veces el ciclo básico común, y aunque era muy inteligente y estudiosa, recursó varias materias. Eso la bajoneaba cada vez más y sus padres la veían tan mal, que le insistieron para que dejara esa ambición, que tal vez simplemente era que no servía para esa carrera pero sí para otras cosas que estaba desaprovechando.
Por suerte su deseo era más fuerte y aunque con tropezones, nunca bajó los brazos al estudio de lo que deseaba.
Había noches enteras que la pasábamos con mates, apuntes y litros de café. Estudiábamos un montón en esas épocas. Esa era nuestra trasnoche. Cuando viajábamos temprano para rendir, nos cruzábamos a pibes que tampoco habían dormido toda la noche, pero que volvían del boliche.
Había veces que Juani ni siquiera se presentaba a rendir, y eso me daba lástima. Me preguntaba qué me habían tomado y yo estaba segura que ella lo sabría responder. Pero la entendía, porque yo también tenía mis inseguridades. Con el tiempo entendí que su atraso con las materias no tenían que ver con su edad, o el tiempo de dedicación al estudio. Se vencía, se daba de baja, antes de tiempo. Como si internamente, algo la condenara al fracaso.
A pesar de eso, siguió cursando. Y casi no nos juntábamos a estudiar porque estábamos en distintos años, pero cada tanto nos frecuentábamos para ponernos al día de nuestras vidas.
Me contaba que su vida seguía igual, trabajando, cuidando s su mamita. Estudiando mucho y avanzando de a poco. Con poco tiempo para salir con gente pero que estaba conociendo a alguien y estaba muy feliz. Era uno de los clientes que había conocido en el trabajo. Parecía un tipo educado y atento. Se hablaban mucho por las redes sociales y se mandaban mensajes todos los días.
El le dejaba siempre algún chocolate o alguna flor. Habían tenido ya algunas citas. Estaba muy contenta, se la veía entusiasta.
Al poco tiempo nuestras conversaciones fueron menos frecuentes, me contestaba siempre con mucho cariño, pero cada vez menos, después de algunos días, excusándose que estaba muy atareada aunque muy bien.
La última vez me llamó por la noche, angustiada diciéndome si me podía acercar a su casa. Llegué tarde, la habían llevado al hospital porque había tomado varias pastillas para dormir cuando discutió con su pareja.
De eso ya pasaron varios meses, y por suerte Juani pudo abrir los ojos y despertar. Por supuesto no lo hizo sola, ni fue en seguida.
Al principio solo podía llorar, y es que era necesario descargarse. Con el tiempo y la terapia pudo expresar en palabras lo que había vivido.
Me dijo como vivió toda esa relación fugaz, pero tormentosa. Como se sentía feliz envuelta en un engaño y que hasta hace poco no se dio cuenta como negaba todo.
El la manipulaba todo el tiempo, y por eso había dejado de frecuentar algunos amigos y contestaba poco los mensajes. De a poco fue aceptando sus reglas, incluso las que iban en contra de sus deseos. Me contó que había dejado de estudiar también. El le prometía que se iba a separar y que pronto iban a poder estar juntos... pero eso nunca llegaba.
Y de como ella no se daba cuenta... hasta ahora, por suerte.
Me alegró verla con fortaleza, y sanando de a poco. Me dijo que pudo entender que en realidad las peores deudas que le había dejado su padre, eran las de amor, seguridad y confianza. Y eso, lo podía ver ahora, por suerte, que estaba volviendo a pegar todas las piezas rotas dentro de ella.
La violencia viene oculta y disfrazadas de muchas maneras. Todos los golpeas habían sido a su alma, quebrantándola. Y esa era en realidad la verdadera herencia de mierda que le había dejado su padre. Porque no solo había naturalizado todas esas costumbres, sino que negaba todo tipo de sufrimiento y esas maniobras dañinas que simulaban el afecto. Impidiéndole a Juani, conocer su propia luz y el amor por ella misma.
Así fue como se terminó de romper sus pedacitos, se hizo polvo de estrellas... pero de la tristeza se hizo luz. Ahora sabe que nadie la puede apagar.