Pasaba los 20. Era una revolución. Ese era el espíritu.
Flaco, demasiado. Cara de bueno y alma de líder. Rastros de una sola ceja en la infancia.
Había nacido en junio, supuestamente, en esta tierra y era argentino. Siempre lo fue. Los rasgos del imperio del sol, no se podían borrar, ni de su rostro, ni de su sangre. No podía despojarse del vínculo con los antiguos samurais. Pero él, no se reconocía como hijo de Hiroito, ni veía sus los ojos rasgados frente al espejo, como signo de diferencia. Y nadie le decía chino, porque los fajaba.
Habia encontrado el amor de su vida, por esa época. Epoca jodida.
Un kokeshi made in Okinawa, con el tamaño de ojos perfectos, ni muy pequeños, ni muy redondos. De pómulos prepotentes y pelo negro y sedoso.
El amor por ella le insistió a la sensatez, y es esos momentos optó por poner unas monedas para poder seguir estudiando y olvidarse de las fichas que había tirado sobre la universidad nacional.
Así que con nuevo amor, nueva universidad cheta, hubo que buscar nuevo trabajo. Y así se convirtió en inspector. No ganaba mucho, pero tampoco laburaba, así que no cabía lugar para el el reproche.
Estaba con ella, celebrando el aniversario, comiendo dos porciones de pizzas, con una gaseosa para los dos. Días duros, pero sobraba el amor.
Hablaban de sus cosas, del trabajo, los compañeros, la facultad, los parientes. Lo de siempre.
Mientras conversaban, el tipo de la otra mesa le llamó la atención. Porque no le sacaba la vista de encima, esa sensación de sentirse observado, casi nunca es equivocada. Entonces él lo miró, y lo reconoció, aunque no sintió verdaderamente ninguna felicidad por ello.
-¿Cómo estás Soriano?- le saludó con la mano, como si nada.
Ella se dio vuelta con curiosidad.
El tipo se alejó de su mesa, y se acercó despacio, sin quitarle los ojos de encima. Como si no pudiera creerlo. La cara seria, entre miedoso y emocionado, una mezcla rara. Rarísima su cara- ¿Julito, sos vos?- preguntó.
-Si, ¿quién voy a ser?- dijo él, antes de haberse reído con fuerza.
-¡Julito!- dijo el otro y se tiró a abrazarlo- ¡Me habían dicho que estabas muerto!
Él se rió con su cara de bueno y dijo -¡Qué hijo de puta! ¿Quién te dijo eso?
-No sé, no me acuerdo, alguno de los muchachos. ¡No sabés que mal me puse cuando me dieron la noticia! ¿Así que estás vivo?
Él volvió a reír, no sabía que era lo que le causaba más gracia- Si hijo de puta, ¿no me ves?
-¿Qué pasó que desapareciste?
-Nada, ahora ando ocupado con la facultad y el laburo, ni tiempo tengo para salir. A los muchachos hace mucho que no los veo.
-Y, si, me imagino. ¡Qué bueno que estés vivo, Julito! ¿Y la sandra, cómo anda?
Ella que escuchaba todo, comenzó a inquietarse con el nombre de una mujer que no conocía.
-¿Qué Sandra?- preguntó él mirandola con su cara de bueno.
-¿La Sandra, tu hermana que se estaba por casar? ¿Qué pasó al final que no me llegó la invitación?
Aquellas palabras lo desconcertaron.
-¿Aníbal Soriano, sos vos?
-¿no me ves hijo de puta?- le responde burlón el otro.
-¿A quién buscás? No tengo ninguna hermana llamada Sandra.
-¡Siempre igual vos eh! Seguro fuiste vos el que les dijiste a los chicos que estabas muerto, apropósito para que no te hincharan las pelotas... Bueno, los dejo en paz, me vuelvo a mi mesa. Un gusto- dijo mirando a la hermosa oriental- ¡No sabés la alegría que me da verte vivo!- volvió a insistir, y se despidió, con las manos entre la cara.
Julito no supo qué hacer, y se sintió confundido. No sabía como reaccionar, si seguirlo o darlo por terminado. La miró a ella que lo miraba con sus ojos hermosos.
-¿Quién era?
-No tengo idea ¿Vos lo viste? ¿No era Aníbal Soriano?
-¿Y qué se yo quién es Aníbal Soriano? ¿A mí me preguntás?
Ya estaba histérica y se había occidentalizado.
Flaco, demasiado. Cara de bueno y alma de líder. Rastros de una sola ceja en la infancia.
Había nacido en junio, supuestamente, en esta tierra y era argentino. Siempre lo fue. Los rasgos del imperio del sol, no se podían borrar, ni de su rostro, ni de su sangre. No podía despojarse del vínculo con los antiguos samurais. Pero él, no se reconocía como hijo de Hiroito, ni veía sus los ojos rasgados frente al espejo, como signo de diferencia. Y nadie le decía chino, porque los fajaba.
Habia encontrado el amor de su vida, por esa época. Epoca jodida.
Un kokeshi made in Okinawa, con el tamaño de ojos perfectos, ni muy pequeños, ni muy redondos. De pómulos prepotentes y pelo negro y sedoso.
El amor por ella le insistió a la sensatez, y es esos momentos optó por poner unas monedas para poder seguir estudiando y olvidarse de las fichas que había tirado sobre la universidad nacional.
Así que con nuevo amor, nueva universidad cheta, hubo que buscar nuevo trabajo. Y así se convirtió en inspector. No ganaba mucho, pero tampoco laburaba, así que no cabía lugar para el el reproche.
Estaba con ella, celebrando el aniversario, comiendo dos porciones de pizzas, con una gaseosa para los dos. Días duros, pero sobraba el amor.
Hablaban de sus cosas, del trabajo, los compañeros, la facultad, los parientes. Lo de siempre.
Mientras conversaban, el tipo de la otra mesa le llamó la atención. Porque no le sacaba la vista de encima, esa sensación de sentirse observado, casi nunca es equivocada. Entonces él lo miró, y lo reconoció, aunque no sintió verdaderamente ninguna felicidad por ello.
-¿Cómo estás Soriano?- le saludó con la mano, como si nada.
Ella se dio vuelta con curiosidad.
El tipo se alejó de su mesa, y se acercó despacio, sin quitarle los ojos de encima. Como si no pudiera creerlo. La cara seria, entre miedoso y emocionado, una mezcla rara. Rarísima su cara- ¿Julito, sos vos?- preguntó.
-Si, ¿quién voy a ser?- dijo él, antes de haberse reído con fuerza.
-¡Julito!- dijo el otro y se tiró a abrazarlo- ¡Me habían dicho que estabas muerto!
Él se rió con su cara de bueno y dijo -¡Qué hijo de puta! ¿Quién te dijo eso?
-No sé, no me acuerdo, alguno de los muchachos. ¡No sabés que mal me puse cuando me dieron la noticia! ¿Así que estás vivo?
Él volvió a reír, no sabía que era lo que le causaba más gracia- Si hijo de puta, ¿no me ves?
-¿Qué pasó que desapareciste?
-Nada, ahora ando ocupado con la facultad y el laburo, ni tiempo tengo para salir. A los muchachos hace mucho que no los veo.
-Y, si, me imagino. ¡Qué bueno que estés vivo, Julito! ¿Y la sandra, cómo anda?
Ella que escuchaba todo, comenzó a inquietarse con el nombre de una mujer que no conocía.
-¿Qué Sandra?- preguntó él mirandola con su cara de bueno.
-¿La Sandra, tu hermana que se estaba por casar? ¿Qué pasó al final que no me llegó la invitación?
Aquellas palabras lo desconcertaron.
-¿Aníbal Soriano, sos vos?
-¿no me ves hijo de puta?- le responde burlón el otro.
-¿A quién buscás? No tengo ninguna hermana llamada Sandra.
-¡Siempre igual vos eh! Seguro fuiste vos el que les dijiste a los chicos que estabas muerto, apropósito para que no te hincharan las pelotas... Bueno, los dejo en paz, me vuelvo a mi mesa. Un gusto- dijo mirando a la hermosa oriental- ¡No sabés la alegría que me da verte vivo!- volvió a insistir, y se despidió, con las manos entre la cara.
Julito no supo qué hacer, y se sintió confundido. No sabía como reaccionar, si seguirlo o darlo por terminado. La miró a ella que lo miraba con sus ojos hermosos.
-¿Quién era?
-No tengo idea ¿Vos lo viste? ¿No era Aníbal Soriano?
-¿Y qué se yo quién es Aníbal Soriano? ¿A mí me preguntás?
Ya estaba histérica y se había occidentalizado.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario