-Yo no quiero ser eso que me estás invitando a ser.
Y no pienso serlo.
Había estado todo el día preparándose para el gran momento. Escuchando con atención los consejos de su madre, con admiración los de Leo, su hermano mayor, y con un poco de miedo, los cuidados que le había recordado su padre.
En el viaje; desde su ventana en el auto, el mundo inmenso corría a toda velocidad, y ella estaba ansiosa por crecer.
Se había puesto su malla de dos plazas, con volados, en color rojo.
Su cuerpito olía a coco, era el perfume que tenía el protector solar que le había puesto su madre. “Te va a dar buena suerte” le había dicho antes de dejarla casi blanca con la pomada. Ella lo creía. En realidad creía que esa capa protectora la convertiría en una niña con superpoderes.
La tía le había regalado unas antiparras, que a la salida del vestuario ya las tenía sujetas a su cabeza. Demasiado apretado quizás por el miedo a que entrara agua, o algún mal pensamiento. Un miedo quizás.
Caminaba con paso firme, sus pies desnudos sobre el piso caliente. Con valor, no temía. Respiraba profundo. Aunque un poco ansiosa, estaba segura de que podía fallar, pero eso no iba a ocurrir. No hoy, que se había preparado, y el día se prestaba para el éxito.
Se arrimó a la pileta, y espió un poco su alrededor. Saltaría, sin ninguna duda, y no habría ningún inconveniente. Sería un salto inmortal, porque ella tenía ahora superpoderes. Su pequeña silueta, le hacía frente a un sol enorme y cercano. Lo había mirado algunos segundos (también creía que sus antiparras le daría poderes), lo desafiaba, le estaba robando la luz. Tenía ahora las pestañas quemadas, pero el espíritu iluminado. Nada podía salir mal.
Tirarse a la pileta, es tirarse a la pileta. O hay seguridad, o hay confianza, o hay ilusión. Los idiotas tienen de lo último, pero a veces puede salir bien. Y los idiotas también son felices.
Soñaba con ser un pez. El más lindo, el más alegre y colorado. No quería ser una hoja más de otoño flotando sobre el agua.
Volvió a ponerse en la posición ideal. Sus rulos maleducados, se chocaba con el viento. El viento, que al igual que el sol y el agua, habla, pero pocos pueden escucharlo.
Ella podía, tenía poderes. Le traía voces lindas, en todos los tonos y en todos los idiomas. Ella los comprendía completamente.
Se aseguró las antiparras pegadas a sus ojos. Respiró hondo una sola vez, y con la mano derecha se tapó la nariz. Flexionó las rodillas y saltó lo más alto que pudo.
Cayó con toda la felicidad al agua que la recibía con aplausos. Zambullida gloriosa. El agua tiene eso de sanadora… algo que remite a la tranquilidad, a la paz. A su alrededor explotaban palabras graciosas con cada burbuja que se perdía hacia el cielo. Ella estaba rodeada por una gran burbuja de palabras hermosas donde aleteaba. Tenia una sonrisa gigante, y el triunfo nadando cerca. Y a la vez lloraba, porque debajo del agua uno puede llorar, y escucharse llover el interior. Las lágrimas derramadas entre las palabras de Paz de su burbuja. Una melodía mágica.
Tenía que volver a respirar. Sabía que el poder del protector sólo duraba unos segundos. Al tocar el fondo, dio una patada y se impulsó hasta que sacó la cabeza del agua.
Al salir de la pileta, se tapó con una toalla, y tiritando de frío, se sintió tan ella: bella existencia en un día potencialmente hermoso, como todos los días que abrimos los ojos desde el primero en que dejamos de nadar dentropanza para tomar las propias riendas hasta el día en que nadan en nosotros las mariposas.
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