lunes, mayo 18, 2015

Hoy bajando la escalera me crucé al doctor. Blanco impecable su guardapolvo, contrastaba con su tez oscura y sus ojos de anguila.
Yo iba de verde esperanza (mentira, es más bien un verde militar gastado por el uso) y cuando lo vi me detuve a mirarlo unos segundos. El me miró, clavó sus negros ojos en mí... y subió. Seguro se dio cuenta de mi actitud extraña, porque la velocidad con la que descendía las escaleras cambió abruptamente cuando mi mirada lo alcanzó.
Después sonreí como boba y me arrastré con movimiento ondulantes, con el cuerpo húmedo y viscoso, con torpe rapidez, como bailando. Me había convertido en anguila por unos segundos.

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