viernes, agosto 28, 2015

La ciudad y el mate.

Compañero, para hacer el amor, se necesitan de dos. 
Algo así como un ritual de iniciación, asomándose el primer beso de un amor que va a durar toda la vida. O muere con la gastritis. 
Es una manera de sentir. Y nada más lindo que un sentimiento fuerte y compartido... se transforma en pasión. Si somos muchos, por todo lados, sintiendo lo mismo. 
Un calorcito en los labios, en la piel, en el corazón, en la panza que se alegra. 
Porque es El Momento. Y algunos lo disfrutan en intimidad, otros en silencio, otros en amistad, otros en familia. En charlas serias, en silencios rotundos, entre risas y cantos. 
Y cada cual como puede. Pero con amor. Porque de eso se trata, el gesto de dar y que vuelva, de que siga la ronda, de pasar de mano en mano. De besar e intercambiar saliva. 
Una celebración. 
La sensación de tener el campo en la ciudad. El pasto en las manos, respirar el olor a yerba. Su verde amor, verde esperanza. El humo del agua, y la marea que sube y baja. 
Criticá lo que quieras macho; el mate, de cuero, de porongo, dulce, amargo, la yerba con hierbas, sin hierbas, el nacimiento, los países hermanos, quien la tiene más grande. El sabor no está en la boca. Y para cada uno sabe distinto. El gusto está en ese instante. 
Las manos expertas, de mates gauchos. Y manos obsesivas, con el polvo, los palos, la bombilla, los tiempos, la inclinación, los grados térmicos. 
Las manos primerizas, distraídas, nerviosas... de mates fríos explosivos, volcado por los costados, que te queman los dedos y peor; la lengua, dulces en exceso, o con chorros de edulcorante, lavados, desteñidos, irreconocibles, transformados en sopa... mates de amor-guerra; son los que generan ira, que se vuelve ternura en un sorbo ante la torpeza hermosa de la persona que ceba.

No hay comentarios.: