Hace exactamente
3 años conocí Neuquén. Comencé por los lagos del sur, la hermosura de sus
espejismos, sus árboles verdes, su humedad. Cruzamos la provincia, atravesamos
Zapala y seguimos para el norte hasta parar en Chos Malal. Después paseé por
Las Ovejas, donde en una visita de Varvarco en Atreuco Medio que hicimos mitad
a pie con Eleuterio me pregunté qué carajo hacía terminado mi carrera de médica
y por qué no era agente sanitario. (Estos monstruos de la provincia).
Entonces me di cuenta que me había enamorado del norte neuquino. De la cordillera del viento. De su paisaje tan bello, de la magia increíble que tiene su gente. (La magia por supuesto también reside en los viajes. A medida que uno forma parte del plantel permanente del lugar, la magia la va dejando de ver.)
Eso pensaba, en lo afortunada que era de estar en este lugar Andacollo, mientras nos subimos a la camioneta del área rural y recorrimos la ruta hermosa hasta llegar a Tierras Blancas, paraje de Los Miches perteneciente a la comunidad mapuche.
La visita se hace en una escuela que aloja a 5 alumnos, y se improvisa un aula como consultorio mixto: Medico y odontológico.
Estaba yo viviendo esta travesía cuando me ofrecen ir a hacer una visita domiciliaria con el agente sanitario.
Que no se podría ir hasta lo de Doña Cupe en auto porque el camino estaba cerrado. Habría que ir en moto. (De una, pensé)
Cuando vi lo que era el agente sanitario casi me muero. No voy a dar demasiados detalles por respeto al hombre que amo, pero si no fuese por la bombacha de gaucho, las alpargatas y la tonada (que lo hacía perfecto) pasaría por actor de Hollywood. Es todo lo que voy a decir.
Así que ahí iba mi IMC de 27 a subirse a la moto. Me sentía como la piba de “tres metros bajo el cielo”, una pelotuda. Porque con mi morfología estructural de corcho, más el casco, parecía un pinipon. Estuve un buen rato maniobrando para pasar mi pata de piano de un lado al otro de la moto.
Le pedí disculpas, y me agarré a su hombro. La otra mano la tenía bien aferrada a los caños que salen por atrás. Y así nos fuimos por un camino de tierra rodeado de montañas y el Domuyo de fondo (el paraíso). Ahí iba yo como en un sueño tipo “secreto en la montaña” pero soy tan gila que no lo podía disfrutar. Mi poca estabilidad hacía que se me tensara todo un brazo, y con el otro le cortaba la circulación al pobre pibe. Además estuve un buen rato dándole con mi caso a su casco en la parte de atrás cual pájaro carpintero. Todo esto mientras yo pensaba “que no me caiga, que no me vaya para un costado, porque lo tiro al pibe de la moto y quedo como una boluda”.
Por suerte después de sortear algunos perros salvajes llegamos a lo de Doña Cupe. ¿Les había dicho que la gente del norte es hermosa? ¡Casi me la chapo! Trastabillo con la gente que da dos besos y todavía no me acostumbro. Doña Cupe da tres besos, el tercero me agarró desprevenida, y no supe donde encarar.
Nos quedamos charlando, tomando unos mates dulces con pan casero. Y nos despedimos.
A la vuelta me sentí increíble.
Entonces me di cuenta que me había enamorado del norte neuquino. De la cordillera del viento. De su paisaje tan bello, de la magia increíble que tiene su gente. (La magia por supuesto también reside en los viajes. A medida que uno forma parte del plantel permanente del lugar, la magia la va dejando de ver.)
Eso pensaba, en lo afortunada que era de estar en este lugar Andacollo, mientras nos subimos a la camioneta del área rural y recorrimos la ruta hermosa hasta llegar a Tierras Blancas, paraje de Los Miches perteneciente a la comunidad mapuche.
La visita se hace en una escuela que aloja a 5 alumnos, y se improvisa un aula como consultorio mixto: Medico y odontológico.
Estaba yo viviendo esta travesía cuando me ofrecen ir a hacer una visita domiciliaria con el agente sanitario.
Que no se podría ir hasta lo de Doña Cupe en auto porque el camino estaba cerrado. Habría que ir en moto. (De una, pensé)
Cuando vi lo que era el agente sanitario casi me muero. No voy a dar demasiados detalles por respeto al hombre que amo, pero si no fuese por la bombacha de gaucho, las alpargatas y la tonada (que lo hacía perfecto) pasaría por actor de Hollywood. Es todo lo que voy a decir.
Así que ahí iba mi IMC de 27 a subirse a la moto. Me sentía como la piba de “tres metros bajo el cielo”, una pelotuda. Porque con mi morfología estructural de corcho, más el casco, parecía un pinipon. Estuve un buen rato maniobrando para pasar mi pata de piano de un lado al otro de la moto.
Le pedí disculpas, y me agarré a su hombro. La otra mano la tenía bien aferrada a los caños que salen por atrás. Y así nos fuimos por un camino de tierra rodeado de montañas y el Domuyo de fondo (el paraíso). Ahí iba yo como en un sueño tipo “secreto en la montaña” pero soy tan gila que no lo podía disfrutar. Mi poca estabilidad hacía que se me tensara todo un brazo, y con el otro le cortaba la circulación al pobre pibe. Además estuve un buen rato dándole con mi caso a su casco en la parte de atrás cual pájaro carpintero. Todo esto mientras yo pensaba “que no me caiga, que no me vaya para un costado, porque lo tiro al pibe de la moto y quedo como una boluda”.
Por suerte después de sortear algunos perros salvajes llegamos a lo de Doña Cupe. ¿Les había dicho que la gente del norte es hermosa? ¡Casi me la chapo! Trastabillo con la gente que da dos besos y todavía no me acostumbro. Doña Cupe da tres besos, el tercero me agarró desprevenida, y no supe donde encarar.
Nos quedamos charlando, tomando unos mates dulces con pan casero. Y nos despedimos.
A la vuelta me sentí increíble.