sábado, febrero 09, 2019

Salida a terreno, Andacollo. Departamento de Minas, Los Miches, paraje Tierras Blancas.


 
Hace exactamente 3 años conocí Neuquén. Comencé por los lagos del sur, la hermosura de sus espejismos, sus árboles verdes, su humedad. Cruzamos la provincia, atravesamos Zapala y seguimos para el norte hasta parar en Chos Malal. Después paseé por Las Ovejas, donde en una visita de Varvarco en Atreuco Medio que hicimos mitad a pie con Eleuterio me pregunté qué carajo hacía terminado mi carrera de médica y por qué no era agente sanitario. (Estos monstruos de la provincia).
Entonces me di cuenta que me había enamorado del norte neuquino. De la cordillera del viento. De su paisaje tan bello, de la magia increíble que tiene su gente. (La magia por supuesto también reside en los viajes. A medida que uno forma parte del plantel permanente del lugar, la magia la va  dejando de ver.)
Eso pensaba, en lo afortunada que era de estar en este lugar Andacollo, mientras nos subimos a la camioneta del área rural y recorrimos la ruta hermosa hasta llegar a Tierras Blancas, paraje de Los Miches perteneciente a la comunidad mapuche.
La visita se hace en una escuela que aloja a 5 alumnos, y se improvisa un aula como consultorio mixto: Medico y odontológico.
Estaba yo viviendo esta travesía cuando me ofrecen ir a hacer una visita domiciliaria con el agente sanitario.
Que no se podría ir hasta lo de Doña Cupe en auto porque el camino estaba cerrado. Habría que ir en moto. (De una, pensé)
Cuando vi lo que era el agente sanitario casi me muero. No voy a dar demasiados detalles por respeto al hombre que amo, pero si no fuese por la bombacha de gaucho, las alpargatas y la tonada (que lo hacía perfecto) pasaría por actor de Hollywood. Es todo lo que voy a decir.
Así que ahí iba mi IMC de 27 a subirse a la moto. Me sentía como la piba de “tres metros bajo el cielo”, una pelotuda. Porque con mi morfología estructural de corcho, más el casco, parecía un pinipon. Estuve un buen rato maniobrando para pasar mi pata de piano de un lado al otro de la moto.
Le pedí disculpas, y me agarré a su hombro. La otra mano la tenía bien aferrada a los caños que salen por atrás. Y así nos fuimos por un camino de tierra rodeado de montañas y el Domuyo de fondo (el paraíso). Ahí iba yo como en un sueño tipo “secreto en la montaña” pero soy tan gila que no lo podía disfrutar. Mi poca estabilidad hacía que se me tensara todo un brazo, y con el otro le cortaba la circulación al pobre pibe. Además estuve un buen rato dándole con mi caso a su casco en la parte de atrás cual pájaro carpintero. Todo esto mientras yo pensaba “que no me caiga, que no me vaya para un costado, porque lo tiro al pibe de la moto y quedo como una boluda”.
Por suerte después de sortear algunos perros salvajes llegamos a lo de Doña Cupe. ¿Les había dicho que la gente del norte es hermosa? ¡Casi me la chapo! Trastabillo con la gente que da dos besos y todavía no me acostumbro. Doña Cupe da tres besos, el tercero me agarró desprevenida, y no supe donde encarar.
Nos quedamos charlando, tomando unos mates dulces con pan casero. Y nos despedimos.
A la vuelta me sentí increíble.

Andacollo texto 5

El hambre. 



Mucho tiempo después, le preguntaron cómo había sido ese primer beso.
Habrá que contarles la verdad pué.
Que no fue un beso.
Que estaba en el peor de los estados, ese que nadie desea
La miseria del postguardia-preguardia.
Y así había salido del la cueva con el mismo hambre atroz de las fieras de los cerros que bajan a cazar chivitos.
Por eso cuenta, que no fue un beso.
Se le pegaron los labios a los suyos y su lengua cobró una fuerza indomable, con deseos de comerle hasta el espinazo.
Y no se pudo despegar nunca más, en sus días más felices.
Como cuando se pega la lengua al hielo recién sacado.
Danzaron alienados como la luna y el sol, eclipsando el resto.
Y sus lenguas, dentro de sus bocas bailaron chacareras, zambas y cuecas.
Colisionaron y se partieron en polvo de estrella.
Un cuarteto, y unas manos amigas, lograron despegarlos unos minutos porque al rato ya estaban…
Juntos.
Y comió toda la noche, con hambre y sed insaciable.
Y ternura inesperada.
La química hizo trizas sus partículas que nunca tuvieron un beso previo, ni siquiera en sueños.
Pero después cayeron como lluvia de meteoritos.
Y no hubo más deseo que pedir, pues se cumplía todos los días.

Andacollo, texto 4



Te amo, para siempre. (Tan hermoso y pelotudo)
Hasta que la muerte nos separe. (Yerba mala…)
Sos mi amor eterno (Este es peor que dolor menstrual)
Es tan perfecto el romanticismo,
como irreal, Shakespeare.
En las nuevas novelas serán las pibas;
ricas o pobres, religiosas o laicas, rubias o morochas
serán las que encaren a las pibas o a los pibes.
Habrá amor y sexo.
No habrá Thalías pobres con perros pulgosos, ni ricachones con sus sombras de mierda. No habrá vampiros con superpoderes que salven siempre a la mina. Ni príncipes.
Serán pibas que coman empanadas, o empoderadas
o apoderadas de la jubilación de la abuela
las que cambien los rumbos,
las que generen fantasías
y hagan que se enamoren de ellas.
Dirán “Te amo, intensamente hoy”
“Hasta que el amor nos separe, cuando se acabe”
Y no tiene por qué acabarse, se puede transformar.
Y así muchas novelistas que sigo se quedarán sin lectoras
y será el fin del romanticismo
y le llegará la era a la Novela no ficción.
¿Será?

Andacollo, texto 3


Educación. La base de todos los males. La raíz. Eso en lo que nadie invierte.
Siglos de una educación, de una creencia, de una imposición.
Errada. Sacrificada.
Y si es una mierda, habrá que tirar la cadena.
Hubo hay y habrá  dolor.
Pero en la lucha, que se arme bardo para el cambio.
Tiembla el mundo ante este poder,
porque nunca se había organizado así
Y es tan fuerte que hace rajar la tierra,
las voces de las mujeres.


¿Quién nos dijo que llorar no está bien?
Por qué se asocia a cobardía,
a debilidad, a tristeza
a autorevictimizarse.
Llorar hace bien.
No es del quien llora el problema,
sino de quien no se banca el llanto.



Andacollo, texto 2


Se nos funden los ojos ante la urgencia de nuestros labios.
Pizarna diría que eso es Revolución.
Otro diría que eso es una mierda.

Andacollo, texto 1

Pensé que se trataba de fecalitos. 

Sueño que te miro, y me muero. Te miro fijo, todo el tiempo sin poder dejar de mirarte. Me reflejo en tu pupila arreactiva, esa que pareciera que tiene humo en el interior, o una piedra, o una catarata. Y aunque no me veas y digas que la ciega soy yo, me veo en ese ojo que me paraliza. Me derrito de amor, porque ya no estoy en mí. Una parte mía está en vos, y es esa la que miro. Y sueño que te miro, y me muero. Te miro fijo, todo el tiempo sin poder dejar de mirarte. Me reflejo en mi pupila, escurridiza entre unos parpados de escasa apertura, pareciera que tengo una fuente inagotable de amor que me cultiva. Y aunque no me veas y el ciego seas vos,  me veo en ese ojo que me paraliza. Me derrito de amor, porque ya estás en mí. Una parte tuya está en mí, y es esa la que miro. 

sábado, febrero 02, 2019

CIE 10

Mi historia clínica hizo que cada vez que alguien me llame por la calle, no me de por aludida, por mas que sepa que el saludo va dirigido a mí. Esto es así por dos motivos básicos; el primero tiene que ver con mi vista corta, por mucho que mire a lo lejos nunca logro ver figura nítida alguna. El segundo tiene que ver con el acoso callejero rutinario en el cual estoy sumida, por portación de cara y la idiosincrasia de la gastada criolla.
Todo este prólogo para decir, que era un Martes caluroso, a la hora de la siesta en la tarde de Zapala. Yo ya estaba volviendo a casa cansada y aplastada por los rayos del sol. Misteriosamente el viento no soplaba.
Crucé en diagonal Doña Paca, debe ser por el calor que a esa hora estaba casi vacía, cuando escucho un *Doctora*
Por todo lo que escribí anteriormente, y porque ojalá siempre sea algo más que *doctora*, no me di vuelta en seguida. Por más que me haga la boluda, sabía que era para mí. Pero todavía no reconozco a toda la gente. Mi cara en cambio es más fácil de distinguir.
Seguí caminando y después de pasar por entre los pocos que habían en la plaza, me doy vuelta.
*Doctora* Dice R que viene a mi encuentro, y sorpresivamente me abraza. Estaba con el hijo.
*Hola, ¿como anda?*
*Bien doctora, sabe que por suerte se me fue el dolor, tomando tramadol y rompepiedra creo que la piedra se expulso* Dijo con su tono venezolano, mientras por dentro amé que haya tomado rompepiedra aunque no se lo haya recetado.
R llegó a una guardia donde lo atendí con mucho dolor. Me dijo que tenía dolor en la zona lumbar, estaba partido, y que irradiaba hacia los genitales.
Mientras me explicaba su dolor, las características, los antecedentes, entre gestos de dolor, me contó que hacía un mes había escapado de su tierra. Que había llegado acá con su familia sin conocer a nadie. Que una señora muy amable que compartía sus creencias había sido muy buena con ellos en la acogida. Y que le dolía mucho, doctora, que si no hay algo para que calme este dolor. Que no sabe como duele, y más cuando uno está lejos de su madre.
Me dijo entre lágrimas.
CIE 10, cólico renal. Escribiría luego.
Me contó después por donde vivía, me preguntó si volvía de la guardia.
Con otra cara, ya sonreía.
Se despidió de mí y me volvió a abrazar. Ya no era una sorpresa para mí, era un regalo.
Cruzando las vía por donde ya no pasa el tren, para volver a casa me di cuenta que el diagnostico estaba errado. A R no le dolían los riñones... le dolía su madre, le dolía su país.