lunes, julio 05, 2010

De los abrazos.

Con las ilusiones en las manos, y las venas abiertas. Azul, el color de las ilusiones, azul la sangre, azul la birome.

Las prepara para sorprender. Las guarda entre sus puños, reteniéndolas. Protegiéndolas.

Todo, con tal de una sonrisa. Un juego inocente, infantil.

La pálida le comprime el tórax, y vuelve a caer. Necesita los brazos de alguien, necesita agarrarse de algo, para arrastrarse. La pálida es claramente el lunes.

Pero le agarra el domingo, domingo tarde.

Prende la luz del baño, y amenaza abriendo la canilla, mirando el jabón. Pero se mira al espejo, mira sus manos, del derecho y del revés. Del derecho y del izquierdo. Y no tiene fuerzas. Tiene tenues esperanzas verdes, casi amarillas. Imagina sus ilusiones borrándose con el chorro de agua caliente y las burbujas del jabón. Todas esas sensaciones que asesinaría. Todo su esfuerzo suicidado.

Decide seguir. ¿Y mañana? Se debate. Se debaten los caramelos. Caramelos rojos, y ninguna pastilla.


Termina el parcial, y sobre su firma deja en lápiz, la frase de Galeano. Sale, camina por Uriburu y después por Santa Fe, buscando el libro de lo que necesitaba. Comienza a leerlo, y la ternura le dan ganas de llorar, era lo que necesitaba. Se deja caer en sus brazos para reconfortarse.

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